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viernes, 18 de noviembre de 2011

Cara de Doctol!


Cuando era joven caminaba por las calles sin captar la atención de nadie. Tampoco era un deseo, aunque si notaba lo inadvertido que pasaba. El tiempo fue avanzando y la buena vida se hizo presente, aunque conservando mi anonimato en la calle. Llegó un momento ideal en el que podía sentirme bien sin que me hiciera falta nada accesorio. Un tropiezo en el camino hizo que el mundo cambiase y la buena vida no era tan buena, teniendo que recurrir a recursos insospechados, afortunadamente existentes y disponibles para mí. En ese momento de circunstancia, comenzó a ocurrir algo que no tenía previsto. En la calle, en los pasillos, dondequiera que iba las personas comenzaban a saludarme sin siquiera conocerme. Poco a poco me iba dando cuenta lo notorio que era. No sólo era el saludo; las personas me buscaban conversación, como para acercarse y saber no sé qué de mí, o hasta para compartir un momento grato, pocas veces asequible. No eran raras las calificaciones cariñosas de “maestro”, “doctor”, “jefe”. Fue así como mi anonimato desapareció y mis posibilidades de relacionarme con otros en la ciudad, paradójicamente, iba en descenso. En este momento estoy así, dispensando sonrisas, expendiendo tertulias, proveyendo algo de lo que otros creen ver en mí. Tengo cara de jefe, de jefe simpático. Con todo lo difícil que se me hace en este momento instruirme a mí mismo a hacer algo, los demás creen que lo ejerzo a cabalidad sobre otros. Ahora, mientras la calva se expande, mientras las canas me pueblan, mi carácter de directivo va en ascenso mientras la realidad es mucho más humilde. Creo que me jodí. Creo que mientras más viejo sea, me iré perfilando como el ejemplo aparente para otros, como alguien a quien se debe saludar a como dé lugar, porque no se sabe si más adelante se necesite. Cuando algún día desaparezca, habrán misteriosas portadas de revistas con mis fotos; habrán comentarios entre los que se cruzaron adrede para conversarme; habrán obituarios comentados en la calle, señalados por quienes quedaron con la duda de quién carajo era aquel hombre encantador de párpados caídos y frente arrugada que les dijo bien de su capacidad, de su riqueza interior, de su posibilidad de surgimiento.

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