Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
lunes, 21 de noviembre de 2011
La viejita del tren
Se vació un puesto en el ya desahogado vagón. Lo estaba esperando desde
hacía veinte minutos, y ahí estaba. Sin embargo, al otro lado del vagón, una
viejita se emocionó tanto como yo y
arrancó, en la medida de sus posibilidades, a caminar para acá. Miré el puesto
y levanté la vista; sonreí a la viejecita, pero sin dejar de acercarme al lugar
disponible con actitud amenazante. Aquel ser que se había desgastado a los largo de la existencia y
ahora merecía más la atención del entorno, dejó de sonreír cuando me vio que
monté la rodilla en el asiento, como marcando el terreno como propio. De pronto
hubo una tensión creciente entre la señora que venía engarzando los aros del
techo, cual señor de los primates, al tiempo que yo pasaba la mano lentamente
por el plástico a modo de acomodo de mi sitio y sin dejar de verla. Cuando faltaban sólo unos dos
metros para que la doñita desesperada y con cara de “no creo que lo vayas a hacer”,
me dejé deslizar por el espaldar hasta caer en medio de aquél preciado bien. Con
un frenazo que no pude prever, la viejecita llegó a mi lado, casi a la altura
de mi cara y me clavó la vista de derrota en mi frente. Yo, tan ocurrente como
siempre, me reí y le dije: “mentira, abuela, siéntese aquí”. Al dejarle el
puesto libre, se volvió hacia mí y exclamó, después del carterazo lleno de frascos de pastillas: “¡Gracias...!,
¡Y esto es pa que respetes, patiquincito!”.
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario