Soy
incómodo. Soy muy incómodo para los demás. Soy la piedra que cae en el estanque
quieto por días. Soy la observación inoportuna, la pregunta inimaginada, el
punto de vista inconveniente. Soy la verdad en tiempo de mentiras. Soy el
desentono en el concierto sereno de ciegos y sordos a voluntad. Soy quien aportará
el sarcasmo al escuchar tamaña tontería, semejante composición de trucos
dirigidos a los pendejos. Soy, entonces, a quien no se invita al cóctel. Soy a
quien se le cierra la puerta cuando pasa, temiendo que dañe nuestro dolor callado
o que haga evidente lo marchito de nuestras celebradas flores… una vez más. Pero
tranquilo, no insistiré en salvarte, en hacerte ver lo que, evidentemente, ya
sabes y escondes. No te abandonaré… eso no. Pero fíjate, con esta sonrisa de
condescendencia, iré caminando y me sentaré al pié de aquél árbol, a respirar
la brisa a favor, a vestirme de sol vespertino mientras, tal vez, se te ocurre
acercarte a conversar lo que tengas a bien, sin tapujos, sin medias verdades,
con la honestidad que te mereces. Nos vemos ahora.
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