Quiero
ve por un huequito cómo es tu mundito perfecto cuando ya no me tienes como
contendor. Quisiera ver cómo resuelves tus problemas, tus trapos sucios en
casa. Adoraría ver cómo me reconoces como excelente adversario, digno de
respeto y hasta de temor. Quisiera ver, cómo peleas con los tuyos porque no
piensan igualito que tú… así como yo. Sería hasta divertido saberte defendiendo
puntos que se parecen más a los míos que a los de los que supuestamente te
apoyan. Todo un lío, ¿no? Esa firmeza de cartón que muestras en la tarima, ante
el micrófono, en el auditorio, en la oficina o en el comedor, no cabe duda de que se arruga
cuando llegas a tu casa y piensas bien en el peo en que te metiste, creyendo
que era “un poco menor”. Lo cierto es que no eres tan papista como el Papa,
porque cuando cierras la puerta tras de mí, quedas con tu infiernito
particular, tratando de explicarles por qué no tienen toda la razón, luego de
haberlo practicado conmigo. Si aceptas
un consejo: Corre mientras puedas a un sitio tranquilo, a un refugio donde
puedas ser tú mismo. Suerte.
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