Te desarmaré con mi sabiduría y haré
que te entregues. No te forzaré, a pesar de que llegaste
intespectivamente, batiendo puertas e insultando a los presentes. Con
la paciencia ya obtenida, escucharé tus quejas infantiles que no me
interesan, pero a las que tienes derecho. No reaccionaré a tu modo,
no te complaceré, no seré tu torpe complemento. Sin embargo, si iré
dibujando en el aire el esquemita de tu berrinche, para luego
indicarte los puntos donde tu ligereza y tu ridiculez fueron más
vehementes. Desarmaré uno por uno tus argumentos airados, faltos de
consideración a mi honor y mi dignidad, e iré dejando en la mesa el
mapa por donde deberás transitar la próxima vez que tus propias
acciones te tiendan esta misma trampa. En dos o tres intercambios de
palabras, el silencio avergonzado se adueñará de ti, haciéndote
esquivar la mirada; ni aún así pedirás disculpa... tú no eres
así. Pero no importa mucho por ahora. A pesar de toda esa pasión
desatinada, de todo ese caudal tormentoso, estoy seguro de que tu
razón irá venciendo los obstáculos que te empeñas en atravesar, y
será entonces cuando podamos conversar como hubiese sido bueno
siempre, antes de haber decidido ser tú mismo tan rápido.
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