Ahora soy audiencia. Ahora soy yo quien
debe escuchar, quien debe prestar atención. Sin embargo, me doy
cuenta de que ya sé mucho de lo que me dicen y me siento orgulloso;
tanto, que parafraseo frecuentemente al orador. Tanto, que miro al
resto de los oyentes y quiero dejar clarito, a todos ellos, que yo
estoy allí por una jugarreta de los días y no porque me haga mucha
falta. Levanto la mano, me adelanto a la clase, aclaro conceptos que
seguro al resto se les hace difícil entender. En fin, después de
esta relajada “clase”, sentado con la pierna cruzada, recostado y
con los brazos cruzados, mi sonrisa no cuadra tanto con la cara de
arrechera que cargan los demás.
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