Eres la dulce distracción en medio de
la crisis. Eres una apetecible invitación a sentarme, en lugar de
emprender el camino urgente, necesario. Eres la fronda que acobija de
la lluvia, y que atrapa con su tibiesa. Eres un pedazo de vida que
cuadra perfectamente por un lado, mientras se posterga el itinerario
cesudamente prescrito por el otro. Quitas de mis manos los
instrumentos de búsqueda y te colocas en sus lugares, arrancando con
ternura y pasión la frialdad y el cuadriculado de mis notas. Eres el
obstáculo azucarado a mis comprensiones, la posposición disimulada
a la que me pliego sin la menor resistencia, con el mayor deleite.
Pero cuando te retiras, quedo de nuevo con el laboratorio
desarreglado, con las maletas desechas de nuevo, reubicando mis
tareas pendientes caídas debajo de alguna silla, de las copas vacías, del candelabro humeante. Es cuando estás lejos que la neblina rosa
y aromática desaparece y se impone la idea recurrente de pensar en el
camino, de planear, de hacer; nunca sin dejar a un lado a esa dulce
aparición que ahora poseo, y que se interpone en la puerta de salida...
aunque al final, afuera, no haya mejor paisaje qué perseguir.
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