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lunes, 18 de junio de 2012

Sentado en la oscuridad

Sentado en el asiento oscuro de mi carro. La penumbra y la brisa que venía del mar a burlarse de mí, no dejaban que nadie que pasase por el sitio supiese de mi existencia, de mi miserable existencia. El brillo ocasional de los faros que pasan descubre mis mejillas bañadas de lágrimas ya casi secas. La botella de ron preferida de siempre agarrada a mi mano, su fondo casi descubierto destila el olor que envuelve mi aliento desganado. Música... no recuerdo qué música, pero el volumen de la canción de turno comenzó a mover recuerdos, reproches, y las lágrimas recorrieron de nuevo el camino casi seco de hace unos minutos. Ya mis ojos no giran, no ven; la mirada perdida, enferma, anestesiada, se fijó en el horizonte de enfrente. El sudor habita mi frente, y de las sienes se despega una gota para caer en mi pecho desolado, casi inanimado.Ya mis oídos dejaron de escuchar, y la llave del carro gira para encenderse por última vez. Un sollozo,  un silencio profundo, la soledad en su expresión de mayor sadismo; todo dispuesto para un último movimiento, un movimiento definitivo, sin mañana. Sólo faltaba una señal, un aviso, para acometer el último vuelo, el vuelo lapidario, el vuelo que terminaría con lo malo y con lo bueno de este camino que ya no soporto. En un momento que ya no recuerdo bien, del cielo oscuro, nublado, surgió la cara blanca, deslumbrante, desafiante de la luna; por entre la bruma, la neblina, la burla, el desespero; por entre los brazos imaginarios que se abrían de esa luna y sus nubes, escuché el susurro que me invitaba a andar, a avanzar hacia esa imagen que mi cabeza fabricaba… ante la señal inconfundible del momento, la tristeza y mi mirada perdida, remojada en lágrimas, en sollozos, aceleré hacia la nada, hacia el vacío, frío y fugaz precipicio que antecedió mi final encuentro con el mar.

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