Las cosas están, pero no se ven. Las cosas existen a pesar de las
creencias, a pesar de las testarudeces. La verdad puede ser groseramente
evidente y aún así, ignorada, desaparecida en presencia fantasmal. Podemos
tropezar con algunos de estos ineludibles monolitos y la distracción, la
fingida indiferencia nos hará rodearla y dejar el asunto para después. Podemos
caminar sobre la evidencia, vivir en ella, sembrar sobre ella, y todavía
podríamos refutarla vehementemente; podríamos dudar mientras yacemos untados en ella. No hay peor ciego
que quien no quiere ver, dicen, pero podría no tratarse de querer, podría tratarse, incluso, de necesitar la evasiva. Somos un punto suspensivo sobre un entramado,
invisible desde cerca. Somos casi lo imperceptible, arrollado por formas
gigantescas que nos contienen. Y aunque somos posposiciones perennes de la verdad, hasta podíamos fallar en el disimulado intento por saber de ella antes de morir.
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