Doñita, quisiera darle mi puesto, pero elijo no
hacerlo. Me duele la espalda, el cuello y tengo los pies desechos. Yo sé que Ud.
está en la edad de ser atendida, pero hoy no. Antes de hacerme el dormido, el
tonto o quedármele mirando raro, prefiero confesarle mi intención de quedarme
sentado enfrente de su bamboleo corcoveante, entre todas estas damas que
parecen mucho menos caballeros que yo.
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