No puedo estirarme conveniente hacia
ambos lados. No puedo martirizarme entre adentro y afuera. Siento la
patología de practicar el urbanismo, a la vez que la tolerancia
extrema. He perdido el camino de la autoprotección, regalando
retazos valiosos de mi propia salud al transeúnte ligero,
despreocupado, ensimismado, hipnotizado. Y a la vez, no soporto con
gracia eso de resguardarme ocasionalmente mientras veo al vecino en
apuros. Quiero mudarme, mudar mi atención donde los demaś la
radicaron, consiguiendo ese no sé qué para sobrevivir. Necesito no
saber de peleas internas en las que pierdo, cualquiera que sea el
resultado. Estoy fastidiado. Estoy enfermo.
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