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jueves, 29 de marzo de 2012

Y ahora soy estándar


Y claro, ahora soy estándar. Con mi tesoro personal de sueños e ideas revolucionarias; después de mirar el camino trazado cuando joven, lleno de flechas, consejos y promesas, comencé a dar pasos entre indicaciones que no se parecían a lo que traía, a caminar entre pasillos blancos y fríos que no me aportaban nada... no en el momento. Pronto, caí en una gran maquinaria, entre sillas con palancas, mesas llamadas escritorios y un montón de papeles que me dirían cómo se esperaba que me comportara. Me inquieté, pero quienes pasaban a mi lado, con su etiqueta en la frente, me decían que me tranquilizase, que todo saldría bien: que más bien iba muy avanzado para las expectativas ajenas. La verdad, no me sentía avanzado, pero me tenía que acostumbrar a mis nuevas sendas, que por inexperiencia, seguramente no entendía. Seguí, subí la escalera rígida y llegué para entonces a la mitad del ascenso. Para ese instante todo brillaba por fuera, igual que yo, y en medio de normas, reglas, normas y muchos noes, mi tesoro personal no era recordado ni interesaba traerlo a colación. Esperaba órdenes, proyectos, latigazos, pero nada con mi participación. Era de hacer notar lo impecable de mis labores, reconocidas por los reconocedores de oficio. Fui lijado en mis aristas de sueños. Luciendo mi flamante etiquetado, decidí sin decidir ser molido, amasado y dejado al sereno para modelar un bozal más conveniente, que aún ahora mal puedo entender y se siente mucho peor cuando el dolor de la cosecha equivocada salta como fantasma burlón.

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