Desnúdame con tus
palabras. Escudríñame con tu mirada elocuente. Hazme temblar con tus cuestiones
que requisan casi irrespetuosamente mi timidez. No dejes una pregunta al azar,
a la oscuridad que corroe. Desármame con tu pequeño arsenal invisible, desconsiderado,
aprovechador. Declárame la guerra como a un pequeño país, en el que tienes todo
el poder para invadir sin resistencia y clavar tu bandera. Di que no soy lo que
parezco, que se me cayó la máscara, que estoy descubierto y no lo escucharé por
practicar mi perfecta cara de imbécil. Cuando en la mañana, al pasar todo el
bombardeo, sentado entre los escombros levante mi cara ennegrecida por el
hollín de tus petardos, sólo podré sacar mi pañuelo blanco y rendirme con una
sonrisa de triunfo.
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