Camino de todos los
días. Camino del que no se esperan grandes sorpresas. Camino que alimenta la
inercia en su recorrido, cientos de veces al año. Camino tratado con
ingratitud, haciéndote fondo invisible de un tesoro perdido. Maltrato de la
indiferencia que apabulla la maravilla y vemos el reloj, el tránsito, el
retraso. Y mirándonos de lejos, como una deidad olvidada, los colores que
calientan a quien se da cuenta, a quien se preocupa por abrir una ventana y
acercarse a lo divino. Camino que das y nadie recibe. Camino que ofrece y nadie
escucha. Camino que a la vista de los transeúntes desgasta y acaba a quien
debería alimentar. El desperdicio continúa. El torrente de nadas y nadies corre
por tus flancos y se pierden con cada ocaso, con cada llegar a casa, con cada
aparente instante inútil que albergas… qué se le va a hacer…
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