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martes, 25 de febrero de 2020
Verdad que no
La verdad
parece no ser nunca un punto de llegada. Parece, por sus apariciones fantasmales,
un punto de partida. De hecho, creo que todas las mentiras surgen a partir de
una verdad. Alguien, en algún momento, te va a decir su verdad, alguna verdad,
la verdad del momento. Honesta o no, uno siempre le saca el cuerpo a la verdad
ajena porque siempre “la verdad es relativa y a mí no me van a venir a alienar
con cosas de otros”. En el camino uno se va enterando que uno también ha construido
una verdad que decirles a los demás, y que lamentablemente estos no se la
tragan tan fácilmente. La verdad no parece verdad porque suena a mentira, a
disgusto, a imposición de alguien que no nos cae bien. Es como esas nubes que
nadie se atreve a pintar porque parecen falsas aunque estén en el cielo, a la
vista. Pero uno se puede poner a reflexionar un poco sobre el tema y notar que
cada verdad peregrina que se nos vende podría apuntar eventualmente a la verdad
absoluta, a lo finalmente verdadero, aunque se plantee hasta de forma jocosa o
necia. Tal vez, al momento de nuestra partida no podríamos afirmar que fuimos
engañados, que nunca se nos dijo la verdad, que nuestra ceguera fue totalmente
inocente. Quizás, en ese momento de absoluta honestidad, debamos admitir que
siempre supimos de muchas y repetidas aproximaciones a la verdad, pero no estuvimos
abiertos, no estuvimos disponibles para ella solo porque no nos dio la gana y
preferimos seguir adelante con nuestra sonrisa temblorosa.
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