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miércoles, 25 de marzo de 2020

Acepta

Acepta, anda. Acepta cada cosa que pasa, incluso si te desagrada, si te enfurece. Acepta porque así son las cosas, así es como han sido. Fluye. ¿No te gusta cómo son las cosas? Acepta lo que no se puede cambiar ya, como el pasado. ¿No te gusta el panorama? Si no te gusta, podrías ver si puedes cambiarlo: aceptar no es calársela, resignarse, sino dar espacio a lo que ya lo tiene, a lo que ya tomó la escena por ahora, a lo que YA ES. ¿Quisieras que las cosas hubiesen sido distintas? Es válido quejarse un rato, pero al final pasó lo que pasó. Esta semana morirán muchas personas en el planeta por enfermedades, en accidentes, por violencia de cualquier tipo. ¿Te has fijado que por eso no te mortificas? Puede ser que en medio de “eso no es mi peo”, “eso no lo provoqué yo” o “yo no tengo la culpa de eso” se hace más fácil aceptar los acontecimientos lejanos más que los más próximos, los más íntimos. Seguro que mientras más cerca pega el trancazo, mientras más nos afecte la vida cotidiana, más nos resistimos a lo que ocurra aunque se puedan aplicar los mismos argumentos de lo lejano para aceptar, para no resistir tanta cosa que ya ocurrió. Si me escucharas quejarme de la altura de esa ventana todos los días, ¿qué me dirías?, ¿qué me recomendarías? Apuesto a que me mandarías a tranquilizarme o a gastarme unos reales en bajar la ventana unos centímetros. Resistirse a todo lo que ocurre produce, como sabes, frustración, ira, tristeza. Aceptar requiere cambiar la percepción de lo que ocurre alrededor y en el interior. Hay una pelea eterna entre lo que tenemos en la cabeza y lo que al fin siempre ocurre, y eso nos pone como en un cuadro de demencia casi voluntaria, pero crónica, y no nos deja ver —como escuchamos hace un tiempo— que la vida es mucho más benevolente que lo que nuestra mente nos depara.

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