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domingo, 29 de marzo de 2020
Fantasía herida
Quisiera
que el tigre no despedazara al venado para comer. Quisiera que el león no
matara las crías del león anterior al llegar a una nueva manada. Quisiera que
no lloviera cuando tengo cosas por hacer. Quisiera que mi perro durara treinta
años para no sufrir su partida. Quisiera que nadie me mintiera. Quisiera que
nunca llegue mi muerte ni la de mis seres queridos. Yo quisiera, claro.
Quisiera con todas mis fuerzas. Pero resulta que la vida no se comporta como yo
quisiera, sino como es. Mis quisieras son como mi pecho apostado recibiendo
carajazos a mansalva porque no digiero de qué se trata todo esto, cómo es que
funciona este asunto. Y así voy, forzando la fantasía de lo que tengo en la
cabeza y ejerciendo mi hipocresía cuando las cosas “salen mal”, sorprendido,
desconcertado, desconsolado ante lo que ocurrió en la realidad real, lejos de
mis caprichos. “¿Por qué a mí?”, “La vida la tiene agarrada conmigo”. Es
demente pensar que nada, en ningún momento, fallará y causará dolor; pero al parecer, tenemos estampados en la
mente que nuestra vida por delante es un camino “de rosas sin espinas” (como
dice la canción) y nos empeñamos tanto en este espejismo que salimos apaleados,
cada vez, por la misma razón: nuestra fantasía testaruda, nuestra programación
ficticia que produce las mentiras en las que creemos incondicionalmente. Da un
paso hacia atrás y lo verás mejor. Acoge, de una vez por todas, la realidad.
Acepta y fluye. Deja de negarte, de resistir.
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