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lunes, 23 de marzo de 2020
¿Adónde nos lleva el rastro?
Se me
ocurre que somos ahorita el resultado inevitable de lo que hemos vivido. Se me
antoja que cada alegría, cada desengaño, cada reflexión, cada esperanza, cada
acontecimiento del pasado terminaron por moldear lo que somos hoy, a esta hora.
Y si así fuera, se podría decir que cada cosa que decidimos hacer o dejar de
hacer, pensar o dejar de pensar, forma parte de nuestra percepción actual de la
vida. Es decir, que si quitáramos o pusiéramos algo distinto en esa experiencia
pasada, el resultado sería distinto al que tenemos hoy. Parece lógico; de
hecho, parece impecable. Aparenta ser que todo lo que ocurre es el producto
perfecto de lo que ha ocurrido, de las circunstancias, de las decisiones, de
las omisiones. Eso querría decir que cada cosa que no nos gusta proviene de
causas que lo dictaron así y habría que observar con atención esas causas y
claro, nuestra percepción para el momento. ¿Y qué podríamos hacer, si toda la
existencia está regida por antecedentes? Bueno, podríamos ensayar —como en las
películas— cambiar las cosas ahora, cuando se puede, para que después resulten
mejor, más satisfactorias… al menos quedar nosotros más conformes. Y habría que
hacerlo ahora mismo, porque el futuro termina con la muerte: con nuestra
muerte. Habría que hacerlo ahora porque es cuando siguen fraguándose las causas
de lo que resultará después. En otras palabras: siguiendo el rastro de pasado
siempre llegaremos adonde estamos caminando ahora mismo. No sé ustedes, pero
veo que en las películas, al momento de morir, el tipo siempre se arrepiente de
lo mismito… ¿será que vamos a terminar igual que ese mequetrefe?
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