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sábado, 28 de marzo de 2020
Nada que no fuera el miedo
No fueron
los inventos de dos filos. No fue otra especie. No fueron las pandemias. No fue
nada externo a sí misma lo que exterminó a la raza humana: fue el miedo. En medio
de la ilusión del bienestar, inmersos entre espejismos que llevaron siglos
arduos de trabajo y creatividad malentendida, apareció el demonio en el momento
preciso del autoengaño y se lo llevó todo por delante. No sirvió de nada
llorar, arrodillarse, suplicar. Trancarse durante milenios al amor verdadero engordó
la maldad —voluntaria o no— llevó todos los caminos a un callejón sin salida,
donde nos encontramos todos por última vez para pedirnos disculpas, decirnos
adiós y recibir la sentencia de culpabilidad. El mismo que apretó el botón fue
el perfecto modelo de la civilización actual. El que decidió, en medio del
pavor, ordenar la masacre física, nunca supo lo que fue tener una familia
amorosa esperando en casa; solo miró de lejos en patios ajenos la alegría, los
abrazos, el cariño y el reconocimiento de quienes pudieron haber sido sus maestros,
sus amigos y hasta algunos desconocidos con capacidad de acercarse y hacer por
él lo que cualquiera haría por un ser humano digno. Así que nada: este digno
representante de su multitudinaria comunidad se van pal horno por haber
despreciado el regalo original y se lleva con él a todos los que aplaudimos por
tanto tiempo su payasada disfrazada de gloriosa ocurrencia.
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