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viernes, 6 de marzo de 2020

Con mi parcela no te metas

Nos encanta separar. Nos embriaga desconectar, marginar, segregar, aislar. “Analizar”, dice el licenciado; delimitar, clasificar, disgregar, disociar “para estudiar mejor”. Y así dejamos todo: separado, desconectado, como el niño que juega, se cansa y deja todo regado. Así es como vemos el mundo al día de hoy, en parcelas, en propiedades, en trozos irreconciliables, desconectados. El médico del estómago resiente que el médico de la cabeza le diga qué hacer. El político de un color es enemigo del político del otro color. El habitante de una latitud es superior al habitante de otra latitud. Ni hablar de colores. Separados por dentro y por fuera, partidos y repartidos en pedacitos que originalmente se concebían como una sola cosa, durante el supuesto avance, como producto del tan cacareado progreso, quedó todo atrapado en estratos, encarcelado en catálogos, habitando en jaulas irreconciliables entre sí. No es raro ver ahora, como consecuencia lógica, un mundo en el que uno debe “marcar la diferencia”, “destacar entre los demás”, “callarle la boca al vecino”; un mundo de guerras sin sentido para la mayoría, de muerte y asesinatos interminables; un mundo en el que el pensamiento, las utopías, las ideologías, la ciencia y la tecnología no dan pie con bola con la solución última del ser humano, con su felicidad auténtica, porque hace siglos ya de la separación, de la pérdida de la unidad, del establecimiento del otro como enemigo por miedo, por egoísmo, por mezquindad y de nuestra identidad interna partida en roles, en funciones que nos traicionan de alguna manera y convierten la vida en una costosa y lamentable pantomima.

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