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martes, 19 de marzo de 2019

¡Pa bueno yo, chico!

No podemos separar a  los buenos de los malos. Debemos convivir todos juntitos, porque comenzando siendo familia. Pero, ¿cómo se podrá hacer eso? Porque hasta ahora ha sido todo un desastre en todos los sentidos. ¿Cómo mantener a los malos a raya y no dejar que hagan lo que hacen y ser aún peores? Las cárceles están llenas y no arreglan a nadie; los sanatorios tampoco sanan a esa gente desajustada, y aunque sean minoría, cada vez son más y tienen más poder. Nosotros en cambio, los buenos, de parque en parque, de iglesia en iglesia, de margarita en margarita, ya no sabemos qué hacer. Los malos nos acusan de muchas cosas, entre ellas, de inconscientes, de indiferentes, de tontos útiles, de cómplices silenciosos. ¡Pero nada más lejos de la verdad! Si más bien estamos tratando de preservar la bondad que hay en nosotros en este mundo cada vez más terrible, sucio, corrupto, protegiendo a nuestras casas con las rejas más gruesas, a nuestros hijos con las mentiras más convincentes y con los prejuicios más irrefutables. Nuestro sistema es perfecto, casi inexpugnable, pero esa gente, los malos, nunca lo entenderán y arremeterán en su contra porque son brutos, flojos y malintencionados sin razón alguna.

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