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miércoles, 20 de marzo de 2019
Laberinto fecal
Antes pudo
haber solución, pero ya no. Mucho antes debió haber un panorama excelente para
la creatividad, para ver qué se hacía con toda esa maravilla que teníamos
enfrente, con toda esa fuente de oportunidades para ser feliz o, por si todavía no inventaban la dichosa palabrita, convivir
tranquilos, en paz, en equilibrio con nuestra especie y con la naturaleza. Pero
no: tuvimos que cagarla. Pero la calamidad no llegó rápido. Pasaron siglos, y como
producto de nuestra mente requete avanzada y portadora de los peores miedos
primigenios, metimos el primer pie en la mierda. Por el arte de nuestra magia soberbia,
de nuestra prestidigitación insolente, lo complejo se convirtió en complicado. Mientras,
por aquellos tiempos en que lo peliagudo y lo inteligente se pusieron de moda
por primera vez, la mierda ya avanzaba por los caminos. Ella, la mierda, sin
saber de qué se trataba todo, lo único que hacía era aumentar y caminar
obligada por causa del hacer humano. Varios siglos después, por esta época de
tanta modernidad, lucecitas y pantallas táctiles, cada uno de nosotros deambula
por el progreso embarrado de mierda desde los talones hasta las orejas. Casi nadie
se salva. Una historia repleta de obra y razonamiento elaborado hasta el
hartazgo, con un nivel casi sobrenatural por parte de nuestros célebres y muy
universales pensadores, acaban por no hacer más que argumentar en medio la
mierda, convocar a sus seguidores al pozo de mierda y luego, en contra de quienes
se dan cuenta del asunto, cambiar el rumbo de un mundo sumergido en la mierda
—ah, vaina: ¡que lo cambian te digo!—. Así nacieron miles de teorías
disfrazadas de leyes naturales que todos nos fuimos tragando: unos se comían
algunas mientras los otros nos comíamos las otras con tanto apetito, con tanta
ansiedad y desesperación que pasamos por alto el sabor de la mierda. Pues aquí estamos,
viviendo lo menos malo, viviendo con la mayor de las suertes sin saberlo,
decidiendo en qué salsa nos van a comer,
mientras en las alturas siguen los mismos charlatanes de esta generación, de
esta época, de todas las épocas anteriores, deslizando argumentos
interesantísimos de cómo es que esto se va a arreglar. Pero es tarde. No deberíamos
ignorar que ya estamos sumergidos en mierda hasta la coronilla, lo suficiente
como para pensar en quitarnos la mierda en favor de un mañana pulcro y decente,
sobre todo porque la mierda siempre se ha devuelto en deslave generoso.
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