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martes, 19 de marzo de 2019

¡Y me arreglas ese desorden!

Me gusta pensar que hay algún orden en este mundo, en este universo. Necesito pensar que es así. Me urge sentir que la vida no es solo este desfile azaroso de acontecimientos dictados por la mente mezquina del humano, que deja a un lado lo que paradójicamente, al final del día, al final de la vida, luce como lo más necesario. Tengo ganas de que haya un orden que rija todo este desastre aparente, que equilibre los desmanes de los villanos y egoístas, que haga fluir lo estancado y que dé paz a lo desbocado. Me parece analgésico saber que todo estará bien, que todo va a salir bien o, que al menos, lo justo y lo necesario tengan su lugar en el momento oportuno: pronto. Ya no estoy de acuerdo con el tiempo que tarda el aprendizaje y el sufrimiento que causa en otros mientras decido aprender. Pero bueno, debo reconocer mi berrinche en medio de estos desvaríos de mi pequeño cerebro. Debo admitir que es solo mi Carta al Niño Jesús, desesperada, ingenua, ya en niveles de frustración enceguecedora. Se me antoja como un gesto condescendiente de ese orden que el bueno, el malo y el indiferente obtengan su merecido… si es que en alguna vez el asunto ha sido merecer o no.

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