Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
martes, 31 de marzo de 2020
¿No es cierto, Doctor?
¿Y
si todo lo que dijeron siempre era mentira? ¿Y si, en el mejor de los casos, todo
era un montón de información inexacta? ¿Qué pasaría contigo ahorita si te
enteraras de que muchas de las cosas que tenías como regla dura, como ley, como
verdad absoluta estaban montadas sobre una pila de desinformación? “Bañarse después
de comer hace daño”, “afeitarse con gripe es peligroso”, “la Autohemoterapia es
dañina”, “tomar limón produce acidez” y un largo etc., forman parte de una
gigantesca colección de mentiras o al menos de afirmaciones imprecisas, de
medias verdades, de pareceres sesgados que fueron pasando enfrente de nosotros
y luego tragados a la fuerza… cualquier fuerza. En algún momento la información
precisa, el esfuerzo amoroso, el interés desinteresado se convirtió en red de
seguridad ajena y desembocó libremente en un ambiente propicio para el engaño,
para el truco, para la delincuencia disimulada con visos de conocimiento serio,
de autoridad ineludible, de ley absoluta. Ahora todo es patraña y los pillos se
ven sorprendidos en su desespero, lanzando manotazos violentos para ver si
recuperan su credibilidad pasada, ese sentimiento de protección que nos
embargaba cuando visitábamos al profesional o al señor de honroso oficio… ¿no
es cierto, Doctor?
lunes, 30 de marzo de 2020
A medio camino
¿Cómo
hago para echar palante una vez identificado el camino? ¿Cómo asumir cada paso
seriamente, desde este momento, sin que parezca tan difícil? ¿Cómo tomar cada
acción pequeña siempre con lo grande en mente? ¿Cómo divido ese proyecto tan "arrecho" en pedazos más digeribles? Ciertamente, intelectualmente
tenemos casi todo resuelto, pero la falta de convicción y la distracción me
dejan siempre a mitad de camino, dejándole todo el control a la moda o los
caprichos colectivos de determinado grupo interesado. Alguien mencionó la
verdad, me gustó lo que escuché y me imaginé en ese sendero, ¿pero cómo hago
para no perder el interés y caer, como siempre, hastiado a un lado de la
carretera, preguntándome, frustrándome cada vez? ¿Cómo puedo ganar la
paciencia, la conciencia, la sabiduría para girar alrededor de lo que ya
identifiqué como mi punto de llegada e ignorar todo lo que me rodea y me hace torcer
la vista y el empeño? Por ahora no lo sé, pero espero no estar siempre como
dice mi amigo: “te mandé a cruzar el río y te pusiste a cazar cocodrilos”.
domingo, 29 de marzo de 2020
Fantasía herida
Quisiera
que el tigre no despedazara al venado para comer. Quisiera que el león no
matara las crías del león anterior al llegar a una nueva manada. Quisiera que
no lloviera cuando tengo cosas por hacer. Quisiera que mi perro durara treinta
años para no sufrir su partida. Quisiera que nadie me mintiera. Quisiera que
nunca llegue mi muerte ni la de mis seres queridos. Yo quisiera, claro.
Quisiera con todas mis fuerzas. Pero resulta que la vida no se comporta como yo
quisiera, sino como es. Mis quisieras son como mi pecho apostado recibiendo
carajazos a mansalva porque no digiero de qué se trata todo esto, cómo es que
funciona este asunto. Y así voy, forzando la fantasía de lo que tengo en la
cabeza y ejerciendo mi hipocresía cuando las cosas “salen mal”, sorprendido,
desconcertado, desconsolado ante lo que ocurrió en la realidad real, lejos de
mis caprichos. “¿Por qué a mí?”, “La vida la tiene agarrada conmigo”. Es
demente pensar que nada, en ningún momento, fallará y causará dolor; pero al parecer, tenemos estampados en la
mente que nuestra vida por delante es un camino “de rosas sin espinas” (como
dice la canción) y nos empeñamos tanto en este espejismo que salimos apaleados,
cada vez, por la misma razón: nuestra fantasía testaruda, nuestra programación
ficticia que produce las mentiras en las que creemos incondicionalmente. Da un
paso hacia atrás y lo verás mejor. Acoge, de una vez por todas, la realidad.
Acepta y fluye. Deja de negarte, de resistir.
sábado, 28 de marzo de 2020
Nada que no fuera el miedo
No fueron
los inventos de dos filos. No fue otra especie. No fueron las pandemias. No fue
nada externo a sí misma lo que exterminó a la raza humana: fue el miedo. En medio
de la ilusión del bienestar, inmersos entre espejismos que llevaron siglos
arduos de trabajo y creatividad malentendida, apareció el demonio en el momento
preciso del autoengaño y se lo llevó todo por delante. No sirvió de nada
llorar, arrodillarse, suplicar. Trancarse durante milenios al amor verdadero engordó
la maldad —voluntaria o no— llevó todos los caminos a un callejón sin salida,
donde nos encontramos todos por última vez para pedirnos disculpas, decirnos
adiós y recibir la sentencia de culpabilidad. El mismo que apretó el botón fue
el perfecto modelo de la civilización actual. El que decidió, en medio del
pavor, ordenar la masacre física, nunca supo lo que fue tener una familia
amorosa esperando en casa; solo miró de lejos en patios ajenos la alegría, los
abrazos, el cariño y el reconocimiento de quienes pudieron haber sido sus maestros,
sus amigos y hasta algunos desconocidos con capacidad de acercarse y hacer por
él lo que cualquiera haría por un ser humano digno. Así que nada: este digno
representante de su multitudinaria comunidad se van pal horno por haber
despreciado el regalo original y se lleva con él a todos los que aplaudimos por
tanto tiempo su payasada disfrazada de gloriosa ocurrencia.
miércoles, 25 de marzo de 2020
Acepta
Acepta,
anda. Acepta cada cosa que pasa, incluso si te desagrada, si te enfurece.
Acepta porque así son las cosas, así es como han sido. Fluye. ¿No te gusta cómo son
las cosas? Acepta lo que no se puede cambiar ya, como el pasado. ¿No te gusta
el panorama? Si no te gusta, podrías ver si puedes cambiarlo: aceptar no es
calársela, resignarse, sino dar espacio a lo que ya lo tiene, a lo que ya tomó
la escena por ahora, a lo que YA ES. ¿Quisieras que las cosas hubiesen sido
distintas? Es válido quejarse un rato, pero al final pasó lo que pasó. Esta
semana morirán muchas personas en el planeta por enfermedades, en accidentes,
por violencia de cualquier tipo. ¿Te has fijado que por eso no te mortificas?
Puede ser que en medio de “eso no es mi peo”, “eso no lo provoqué yo” o “yo no
tengo la culpa de eso” se hace más fácil aceptar los acontecimientos lejanos
más que los más próximos, los más íntimos. Seguro que mientras más cerca pega
el trancazo, mientras más nos afecte la vida cotidiana, más nos resistimos a lo
que ocurra aunque se puedan aplicar los mismos argumentos de lo lejano para
aceptar, para no resistir tanta cosa que ya ocurrió. Si me escucharas quejarme
de la altura de esa ventana todos los días, ¿qué me dirías?, ¿qué me
recomendarías? Apuesto a que me mandarías a tranquilizarme o a gastarme unos
reales en bajar la ventana unos centímetros. Resistirse a todo lo que ocurre
produce, como sabes, frustración, ira, tristeza. Aceptar requiere cambiar la
percepción de lo que ocurre alrededor y en el interior. Hay una pelea eterna
entre lo que tenemos en la cabeza y lo que al fin siempre ocurre, y eso nos
pone como en un cuadro de demencia casi voluntaria, pero crónica, y no nos deja
ver —como escuchamos hace un tiempo— que la vida es mucho más benevolente que
lo que nuestra mente nos depara.
martes, 24 de marzo de 2020
Sarna con gusto no pica
Sarna
con gusto no pica. Y uno se pregunta, ¿para qué tener sarna? La vida se nota
algo loca si uno ve la preferencia del alivio momentáneo y efímero a la cura
definitiva, aunque pasajeramente dolorosa. Sarna. Enfermedad. Encontrar el
medicamento adecuado para nuestras dolencias nos da un fresquito y nos
alegramos, llamamos a nuestros familiares y amigos y les damos la buena
noticia. En ese mismo momento nos desvinculamos espectacularmente, como por
arte de magia, de la causa de la dolencia y de la relación que puede tener con
nuestro estilo de vida —que no debe ser ninguna maravilla—. Comienza entonces
un tobogán de locura que no ve más allá del paliativo, del pañito caliente, del
tómate esta cosita que es una maravilla.
La salud mental no marcha muy lejos de ese esquema, en el que preferimos pensar
otra cosa distinta a resolver nuestros asuntos pendientes con nosotros mismos,
con nuestros seres no tan queridos, y que por algún tipo de castigo omnipotente,
se refleja esa evasión constante en la salud del cuerpo aquel, el de la
pastillita, el de la enfermedad crónica, el que grita en silencio mientras
muere. Entonces, ¿Sarna?… ¿por qué no?
lunes, 23 de marzo de 2020
¿Adónde nos lleva el rastro?
Se me
ocurre que somos ahorita el resultado inevitable de lo que hemos vivido. Se me
antoja que cada alegría, cada desengaño, cada reflexión, cada esperanza, cada
acontecimiento del pasado terminaron por moldear lo que somos hoy, a esta hora.
Y si así fuera, se podría decir que cada cosa que decidimos hacer o dejar de
hacer, pensar o dejar de pensar, forma parte de nuestra percepción actual de la
vida. Es decir, que si quitáramos o pusiéramos algo distinto en esa experiencia
pasada, el resultado sería distinto al que tenemos hoy. Parece lógico; de
hecho, parece impecable. Aparenta ser que todo lo que ocurre es el producto
perfecto de lo que ha ocurrido, de las circunstancias, de las decisiones, de
las omisiones. Eso querría decir que cada cosa que no nos gusta proviene de
causas que lo dictaron así y habría que observar con atención esas causas y
claro, nuestra percepción para el momento. ¿Y qué podríamos hacer, si toda la
existencia está regida por antecedentes? Bueno, podríamos ensayar —como en las
películas— cambiar las cosas ahora, cuando se puede, para que después resulten
mejor, más satisfactorias… al menos quedar nosotros más conformes. Y habría que
hacerlo ahora mismo, porque el futuro termina con la muerte: con nuestra
muerte. Habría que hacerlo ahora porque es cuando siguen fraguándose las causas
de lo que resultará después. En otras palabras: siguiendo el rastro de pasado
siempre llegaremos adonde estamos caminando ahora mismo. No sé ustedes, pero
veo que en las películas, al momento de morir, el tipo siempre se arrepiente de
lo mismito… ¿será que vamos a terminar igual que ese mequetrefe?
sábado, 21 de marzo de 2020
Necesito creer
Debo
creer en lo trascendental porque si no la vida no vale la pena. Debo creer
porque si no la existencia resulta ser una parcelita de dolor y distracción sin
tanto sentido. Debo creer porque el amor humano tiene tanto hueco que termina
por no bastar. Debo creer porque la vida parecería un pescado sin cabeza ni
cola, que cuando lo sirven nunca se sabe qué es, de dónde vino ni qué sentido
real tiene. Debo creer porque hay momentos raros que no obedecen las reglas de la
empresa, de la familia, del grupo; momentos que no son de este mundo y parece
que hay una cortina detrás de la cual se podría echar un vistazo para
descubrir, tal vez, lo que nos gobierna realmente; ver por primera vez la
dimensión total, democrática, permeable de ese romanticismo recortado y
peligroso en el que nos embarcamos como niños inexpertos y salimos con las tablas
en la cabeza. Debo creer para no seguir atornillado en este mar tormentoso de
sueños inducidos, de éxitos que producen cáncer, de haceres eternos que no
permiten disfrutar del paisaje que pasa irreversible a mi lado. Debo creer para
no declarar la satisfacción desierta, el esfuerzo infructuoso; para no caer en
el vacío cada noche, durante cada silencio, en cada oscuridad que se me
atraviese. No sé ahorita qué nombre le pueda poner a esta creencia necesaria,
pero lo cierto es que necesito creer para no seguir en esta inconformidad que
grita, viviendo este fraude de lucecitas que se repite día a día, estos
proyectos que fallan invariablemente, estas utopías que solo sirven para caminar…
estoy cansado de caminar.
miércoles, 18 de marzo de 2020
¿Corona... qué?
La
chicungunya mata más gente, pero la atención la tiene la gripe china. La
delincuencia mata más, pero la gripe china es el grito. La desidia hospitalaria
mata más, pero esto del coronavirus es algo de película. El hambre y los
accidentes de tránsito matan más, pero vamos a encerrarnos pa que la peste no
nos vea. La ignorancia sobre el funcionamiento del propio cuerpo causa mayor
sufrimiento históricamente, pero no, corramos a comprar papel tualé. La guerra
y las invasiones no publicitadas dejan pedazos de cuerpos y almas regados en el
terreno, pero gastemos el dineral en armas y la disposición del ser humano en
odio y en empresas suicidas. No hay maquinita para medir el efecto de la
indiferencia, pero apuesto sin duda a que mata más gente. Entonces dejémonos de
cuentos, mequetrefe mediático y político, que se te ve la costura. Es por eso y
por mucho más es que sigo parafraseando al diablo aquel: “La hipocresía… mi
pecado favorito”.
lunes, 16 de marzo de 2020
Me duele la mente
Me
duele la mente. Ya se dio por vencida. Ya el portento de instrumento se cansó y
pidió cesantía. No bastaron las vacaciones anuales. A falta de problemas
reales, como bajar una manzana de un árbol alto, matar un venado para comer o
aparearse para reproducirse, se dedicó hace tiempo a inventar cosas cada vez
más complejas, como la rueda, el carro, el cohete, la neurosis y el sufrimiento.
Pero llegó al llegadero; se reventó porque ninguno de esos inventos
deslumbrantes lo llevó a mejor puerto. Ante el deseo imparable producido por un
vacío interminable, creó maratones sucesivos y entre el esfuerzo y el logro,
sumando, cada vez, poco más de cero en una aritmética que nos antoja ridícula
ahorita, cuando nos ponemos sinceros, cuando la crisis se estacionó y al notar lo
absurdo de nuestra situación, otrora exitosa, salió a flote el grito “¡no juego
más!”, dijo el encargado de nuestras decisiones y dejó el local al verdadero
dueño. El ego se hartó y se bajó del vagón que manejaba, dejando esto abandonado.
Acaba de comenzar el milagro…
viernes, 13 de marzo de 2020
Ahorita no pasa nada
Ahorita
no pasa nada. Dije ahorita. Estás sentado cómodamente en ese sitio, con esa
vista, pero ya se te olvidó que es cómodo, ya se te olvidó por qué compraste
ese sillón y esa casa con balcón. En lugar de gozar de este momento, estás
enredado pensando en lo que hiciste y en lo que harás. La vida se te escurre
entre pensamientos y no te das cuenta de que cada minuto que pasa se convertirá
en un minuto a mendigar al final de tu camino. No te das cuenta de que todo lo
que tienes en la cabeza es un entrenamiento de porquería diseñado para juzgar,
criticar, resistir lo que se te atraviese sin dar oportunidad más allá de tus
etiquetas disparadas a mansalva. ¿El futuro? No lo sé. Quienes vayan a morir en
estos días no tienen futuro y aún así malgastan el día tramando fantasías
burlonas que se carcajearán más despuesito porque son solo proyecciones de tu
cabeza. Entrenado para sufrir. Capacitado para lo efímero y doloroso. Podrías
estar viendo el Monte Fuji, las llanuras africanas, las pirámides o la torre
Eiffel ahorita y en dos días buscarás ya aburrido y desesperado otra ilusión
sobre la cual saltar y redirigir tu adicción, tu miedo, tu nuevo apego. Pero eso
solo ocurre con tu programación, con tu apuro, con tu inconformidad
interminable, porque de verdad, ahorita no pasa nada: ahorita todo está bien.
lunes, 9 de marzo de 2020
Amor de a poquito
Para
muchos el amor es una especie de fluido que se dirige como con manguera. Un poquito
para este, un poquito para el otro; para mi mamá y mis mijos, claro. En medio
de su pasión sexual, de padre o cachorro mamífero, juran que es amor
verdadero. Así es, pues, como en su cabeza el amor se puede dirigir como si
fuese agua recién llegada, y cuando salen a la calle, desdeñan al resto de los
seres vivos porque su pedacito de parcela a regar con su supuesto amor está confinado
a cuatro o seis paredes. La indiferencia y el maltrato hacia el vecino, hacia
los desconocidos y hacia quienes necesitan salen de la
cabeza de alguien que cree que ama y que incluso daría su vida
por alguno de esos poquitos reservados en su corral de afecto, pero que solo
vive haciendo favores, saciando sus ganas o cuidando a su manada. Pudiera decirse
muy fácil y ligeramente que esa pequeñez, esa tacañería al dar no es amor
verdadero, ese que trasciende, que se muestra como es,
sin miedo a perder, con una sonrisa desinteresada, una mano y un corazón extendidos.
domingo, 8 de marzo de 2020
Vidas separadas, por favor
Nuestras
vidas, cada una por separado, eran perfectas, como se supone que debían ser. Tus
momentos y los míos, cada uno por su lado, vivían cada cosa a su momento
preciso, pertinente. Los intentos y fracasos de cada uno iban hilando, a su
paso particular, los triunfos que vendrían luego. El universo parecía estar
funcionando para ti y para mí como la máquina de equilibrios y ajustes que
tanto se menciona. Eran tu vida y la mía, cada una en su carril, una obra
maestra de la realidad posible. Pero no. Teníamos que arruinarlo todo. Tuvimos que
halar por los pelos esos dos proyectos en marcha ascendente y hacerlos colisionar
entre sí. En medio de la pasión y la ilusión transitoria, pero artera, nos
enredamos y desmantelamos todo lo que venía formándose hermosamente para
dejarlo tirado al lado de la cama. El empeño en que éramos el uno para el otro,
el truco mal ejecutado de nuestra unión y unos pocos meses de hartazgo de nuestro
amor una vez invencible, bastó para declarar la quiebra de este negocio tan mal
concebido. Ahora, con la cojera de un lado, intentamos reiniciar sin mucho
éxito lo que un día fue perfecto, pero esta vez con la carga de un fracaso
innecesario e inoportuno encima.
sábado, 7 de marzo de 2020
Oh, joven médico...
Oh,
joven médico. Comiéndote el mundo, dando en el clavo… primer año sobre ruedas. Oh,
joven médico de bata blanca impecable, de saludos altivos por los pasillos, que
tanto gozas con los cumplidos, que te regodeas entre tus jóvenes colegas, que
llenas tu primera solicitud para comprar vehículo. La universidad ha podido
cubrir casi todos los casos de catarros, torceduras y dolores de estómago. Tus
ganas de ser el mejor, de cobrar bien, de demostrarles a tus padres que sí valiste
la pena, te arrojan a la aventura de la inferencia destemplada, de la
adivinanza, de la ligereza cuando examinas a un paciente complicado que te
triplica la edad. Una preguntita a tu amigo del consultorio de al lado, una consulta
en internet, una corazonada, te hacen echar para adelante ese tratamiento
atrevido con el que, tienes la certeza, ganarás el primer trofeo de tu carrera.
Pero mirándote de reojo desde aquí, desde la sala de espera y con el televisor
de fondo, observo cómo el monstruo de tu ego ya recrecido por tu experiencia
incipiente va arrasando con todo lo que pueda significar fracaso, temor, incluso
duda. Viniste a mi rincón y me dijiste, con tus estadísticas adolescentes, que
lo mío era de por vida, que no me preocupara, que debía tomar esto y aquello hasta
el día de mi muerte —que ahora creo que será más pronto que tarde—. Con tu
sonrisa profesional casi me convences de que todo estará bien en adelante, si
sigo sus indicaciones… “de por vida”.
viernes, 6 de marzo de 2020
Un espacio alrededor de mí
Siento
un espacio alrededor de mí. Es algo nuevo, extraño. No sé si se originó como algo
físico o sicológico, pero ahí está. Es un espacio que me deja moverme, en el
que tengo libertad de acción; tengo a veces la impresión de que esa franja que
me envuelve me da tranquilidad y me protege. Veo cómo las palabras y las
acciones de los demás están más allá de ese espacio, y que la distancia es tal y
tan adecuada que no me afectan, no me desaniman, no me vuelven loco o me ponen
a correr o a llorar. Creo incluso que detrás de esa barrera silenciosa también
han quedado mis lamentos, mis incomodidades, mis tormentos. Cuando veo una
chispa que sale o se acerca a mí, esa zona de seguridad me proporciona antelación
suficiente para observar el fenómeno sin ofuscarme, sin responder a la ligera,
y puedo entonces colocar todo en perspectiva, mirar lo que hay detrás,
identificar y separar la realidad de la ficción para luego responder, si fuese
necesario, en términos pacíficos, constructivos, y aún así, creativos. No sé
cuándo llegó este paréntesis entre yo y mi entorno, entre yo y mi interior,
pero de verdad que estoy infinitamente agradecido.
Con mi parcela no te metas
Nos encanta separar. Nos embriaga desconectar, marginar,
segregar, aislar. “Analizar”, dice el licenciado; delimitar, clasificar,
disgregar, disociar “para estudiar mejor”. Y así dejamos todo: separado,
desconectado, como el niño que juega, se cansa y deja todo regado. Así es como
vemos el mundo al día de hoy, en parcelas, en propiedades, en trozos
irreconciliables, desconectados. El médico del estómago resiente que el médico
de la cabeza le diga qué hacer. El político de un color es enemigo del político
del otro color. El habitante de una latitud es superior al habitante de otra
latitud. Ni hablar de colores. Separados por dentro y por fuera, partidos y
repartidos en pedacitos que originalmente se concebían como una sola cosa, durante
el supuesto avance, como producto del tan cacareado progreso, quedó todo atrapado
en estratos, encarcelado en catálogos, habitando en jaulas irreconciliables
entre sí. No es raro ver ahora, como consecuencia lógica, un mundo en el que
uno debe “marcar la diferencia”, “destacar entre los demás”, “callarle la boca al
vecino”; un mundo de guerras sin sentido para la mayoría, de muerte y
asesinatos interminables; un mundo en el que el pensamiento, las utopías, las
ideologías, la ciencia y la tecnología no dan pie con bola con la solución
última del ser humano, con su felicidad auténtica, porque hace siglos ya de la
separación, de la pérdida de la unidad, del establecimiento del otro como
enemigo por miedo, por egoísmo, por mezquindad y de nuestra identidad interna
partida en roles, en funciones que nos traicionan de alguna manera y convierten
la vida en una costosa y lamentable pantomima.
jueves, 5 de marzo de 2020
Llámame, pero bien.
Llámame
para decirme que estás bien. Llámame esta vez para aclararme que la cosa se
había complicado, pero que te moviste y ahora estás tranquilo. Llámame, chico,
para preguntarme cómo me siento, para ponerle solución al problemita ese del
que sabemos. Llámame a buena hora, en tu mejor momento, para compartir algún
descubrimiento que hiciste durante el día y que te ayudará a resolver muchas de
las cosas que hasta ahora te aquejaban. Llámame para plantearme una duda y una
visita con café. Llámame para algo bueno, o en su defecto, para contarme cómo
es que conservas el entusiasmo y la esperanza en medio de la crisis. Llámame para
proponer, para celebrar, para llorar, si es el caso, pero que sea con la
intención de salir adelante. Si no tienes ahorita ganas de ninguna de estas
llamadas y prefieres conservar tu disfraz de nube gris, por favor, no me
llames.
miércoles, 4 de marzo de 2020
Resistirse a la vida real
Llegó
el ser humano con la pretensión de dominar la vida, de someterla a sus antojos,
de resistirse las leyes que la rigen, ignorando las consecuencias de tal
despropósito, pasando por alto la temporalidad de todo lo que hay en ella: de su
propia salud, de sus propios objetos, de su propia existencia. Fue así, pues, por
la ilusión de dominar lo indómito, de canalizar fuerzas mucho mayores para un
supuesto provecho, que levantó castillos y monumentos sobre el barro, y ante la
inminencia del hundimiento, intenta echarle la culpa a los demás, a lo demás. La
ficción desechó la responsabilidad para siempre. Esa ilusión enceguecedora se
erigió sobre la razón, sobre lo que es como es y seguirá siendo a pesar de los
caprichos, le hará terminar su vida cansado y vencido por ese caudal
todopoderoso, frustrado por no haber logrado la empresa demente de dominar todo
cuanto le rodea, sin haber comprendido que era solo una pequeña parte de algo inmenso,
fluido, perfecto; una partícula minúscula y atrevida, aparentemente inteligente
que siempre falló y seguirá fallando en su cometido.
domingo, 1 de marzo de 2020
¿Una vida consciente? Ojalá.
Al
parecer, hay una vida consciente que no hemos experimentado aún. Es decir, una
vida verdaderamente consciente. Dicen que es una manera de vivir en la que la
mente es la herramienta perfecta para solucionar situaciones, pero que a estas
alturas no para de producir pensamientos inútiles, repetitivos y destructivos.
Afirman por ahí que en ese nuevo contexto se pueden examinar los pensamientos
que nos mantienen incómodos, angustiados, enojados, y en el proceso, estos se
van apaciguando hasta un grado inofensivo, claro con la ayuda imprescindible del
sufrimiento pasado. También dicen que esa conciencia que vigila de cerca a la
mente llega a ser la fuente interminable de una nueva paz, de una tranquilidad
insospechada en estos días de enredo y contradicciones constantes. Escuché también
que al entrar en esa existencia consciente se van desapareciendo algunos gustos
y disgustos que hasta ahora nos gobiernan, pero que a cambio surgen nuevos
escenario de aceptación, gozo y entusiasmo. Eso dicen, pero yo no sé. Ojalá
algo nos pueda salvar de toda esta pésima historia que llevamos construida hasta
ahora y que seguro terminará muy vergonzosamente.
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