¿Y
qué, si quiero echarle refresco al de 18 años? ¿Y qué, si quiero bajarme a
mitad del viaje a admirar lo que hay porái? ¿Y qué, si te doy un beso cuando
debería darte una razón? ¿Y qué, si te regalo el chocolate sin ser tu cumpleaños?
¿Y qué, pues, si digo lo que no convenía, lo que esperabas que fuese más
conveniente? ¿Y qué, si en medio de la discusión fútil te tomé de la mano y la besé? ¿Y
qué, coño, si en medio de las palabras que venían al caso quise hacerte el
amor? ¿Qué pasa si cuando menos esperas algo se aparece y te rocía con un manto
tranquilidad, de sosiego, de sabrosura? No me da la gana ser normal, de la
receta conocida, del parlamento prescrito por los exprtos. Me temo
que es problema tuyo, saber qué haces con ese golpe de timón, con ese desarme
inesperado, con ese semáforo en verde al borde de mi pecho. Échale bolas, querida; ven y dime qué
podrías hacer cuando nadie te amenaza, cuando nadie te cobra, cuando nadie
te busca peos. Por mi parte estoy flotando tranquilamente, honestamente, sin
secretos, sin temer una pregunta capciosa. Te espero en la bajadita, pero te
espero con el puchero de un beso que borre este episodio tan imbécil en el que
solemos caer.
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