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domingo, 15 de julio de 2012

Me la debes


Me la debes. Me debes tremendo favor. Yo no he tenido que recordártelo… tú has sido quien más énfasis has hecho en esa deuda. Pues la carreta comenzó a correr con ese impulso, con esa pendiente a mi favor, y no lo desaproveché. Como me debías, no podías gritar y desaforarte. Como actué tan bien, debiste callar cuando necesitabas disparar tus cañones sin miramientos. No me pudiste cazar y montar tu bota en mi espalda. Como no podías ni ladrar ni morder debiste escuchar, y eventualmente comprender. Mis errores y desatinos fueron cubiertos por esta capa protectora, y aunque la bestia nunca me dominó y ni te herí, sentí esta truculenta ventaja en el juego en el que ambos debíamos ganar. Ahora no sé si replantear esta jugarreta torcida que ha dado tan buenos frutos, y que de otra manera no hubiésemos podido llegar al jardín que ahora habitamos. Lo que sí sé es que cada vez me decido menos a deshacerme de esta pata de conejo, de este amuleto en forma de extorsión que comando silenciosamente, con la suficiente inocencia como para ser culpable.

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