No tiene sentido nada. Todo
está abierto. Nada nos detiene para apreciar o actuar. Por consiguiente, queda
de mi parte la responsabilidad de avanzar, de establecer mi bienestar de gozar
a plenitud. Pero qué va, no estamos para eso. Levantaré una pared entre ese
espacio mágico y yo, y luego de un tiempo, reclamaré por mi encierro. Con mucho
esfuerzo, más de lo que planeaba al inicio, abriré una ventana inmensa para
mirar cómodamente, desde lejos, lo que dejé escapar sin mucha queja. Pero no
será suficiente, y poco a poco me daré cuenta de que todavía puedo sacar medio
cuerpo y tocar aquella libertad con la que he comenzado a soñar con desesperación.
Colocaré algunos barrotes para asegurarme de no tener mi destino de nuevo sobre
mis hombros. Y entonces llegará el momento del romanticismo trágico y comenzará
la lucha por la liberación desde mi cautiverio autoconfeccionado, escupiendo
culpas al prójimo, vociferando que daría mi vida por la libertad plena. Qué ganas de joder, ¿no?
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