Soy advertido por los míos de un
optimismo infundado, de extrema ligereza, sumamente peligroso. Me
levanto con una extraña sonrisa, con el entusiasmo de un presumible
sueño visionario. Y así salgo a la calle, con la esperanza de que
pronto llegará el desamarre de los nudos del momento, del desenlace
de las tortuosidades ocasionales del camino. Repelo con total éxito
las aves que auguran malestar, fracaso; que profesan lástima y
desencanto. Aunque les agradezco su compasión, les deslumbro con mis
ojos llenos de ideas, con mis manos que dibujan proyectos impensables
en el aire. Aunque a veces me siento en el murito a tratar de abrir
los ojos a la realidad, nada de
lo que me explique surte el efecto temido y sigo con mi sonrisa, la
que no me abandona desde la mañana. La verdad es que esta locura no
cura, no libera de algunas cadenas frágiles en mis tobillos... pero
es que justamente ahora no quiero caminar. Mientras, tengo en mente
un buen itinerario que me arrancará de un jalón esos pretendidos
impedimentos a mis próximos pasos, a mi meta.
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