Fue
repentino el cataclismo. Se desató el sentimiento y las lágrimas en
amasijo con la sonrisa exhalada, disparada por ese gatillo inesperado que
irrumpió en mi tranquilidad tan elaborada. No me dio la gana de calmarme. No me
importó el público, boquiabierta audiencia que veía a un raro animal llorando
de amor redescubierto. No hubo palabras, aunque quería gritar. Sólo sollozos
desesperados y unos ojos que no paraban de pedir y pedir era lo que pude
proferir. Como un mudo con ganas de dar un explosivo discurso anduve vagando
por el callejón, ya recuperándome de aquella escena ajena que me dio de comer
por unos instantes, que me confirmó como ser vivo, luego de tanto silencio, de
tanta oscuridad disimulada con lucecitas de mentira, con reflexiones prefabricadas: Estoy vivo… te buscaré.
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