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sábado, 7 de julio de 2012

Llegó el terremoto

El terremoto llegó y acabó con todo. Esa fue la impresión. El movimiento sacudió todo lo que se presumía bien puesto y lo tiró al suelo. El mundo parecía acabado, y el dolor se hizo cargo de todo. Pedazos rotos. Retazos inéditos regados por todo el lugar. La desolación reinó por unos instantes que parecieron sin fin. Pero eso fue hace mucho. No acaban los terremotos al día de hoy, pero están previstos. Por muy sorpresivos que puedan parecer, sus cartas bajo la manga y sus atajos son avistables desde este punto. No dejan de romperse algunas esquinas para redondear lo escabroso, y los retazos salen en su último desfile con sus sentencias de muerte en la mano, como si previeran su desaparición. Los movimientos son más continuos, encierran cada vez menos dolor y quizás llegan a brindar algún disfrute. Ahora todo es más refrescante, más conversable. Ya no hay tabúes. El libro abierto puede ser leído por los transeúntes y hasta resultar aburrido. Ya el bosque se abre a la vista y se ve el camino torpe que me empeñé en enderezar en mi ceguera. La frustración entra en la comprensión. La desesperanza de otrora está enmarcada y colgada cerca, por si acaso se quisiera olvidar la lección. Ahora los sismos son invocados chasqueando los dedos en un gesto irreverente con el pasado. Ahora, aunque no soy invencible, me siento invencible.

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