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jueves, 19 de abril de 2012

Silencio de sospecha


Silencio de sospecha. No hay lamento, aunque no hay balance. Droga inesperada que calma las angustias, pero de corta duración. Tengo un tiempo para pensar, para lamentarme, para ver qué hago. No hay mapa, no hay receta, no hay fórmula de decencia que permita la supervivencia. No hay cobijo moral para el planteamiento: Prohibido. Y por prohibido, perseguido como suntuosa mercancía. Y por prohibido, mecanismos de contingencia ausentes: No entra en el procedimiento, en las buenas prácticas. No hay asistencia legal. Nadie quiere saber de la materia. Y mientras pienso, el efecto de la efímera panacea va desapareciendo, y se comienzan a presentar las sensaciones de agujazos entre coros intermitentes. De pronto, los escasos argumentos se van desvaneciendo en el dolor de nuevo y me declaro en bancarrota intelectual, en pobreza crítica para la acción. Súbitamente me convierto en el mismo adicto de hace un rato, en la misma parálisis que fui hace unos instantes. Días y noche de compulsiva automedicación no deparan curación, no todavía. Aquí estoy, tratando de meter un elefante en el bolsillo, con la esperanza enfermiza de lograrlo, con los ojos divorciados de la realidad. Sigo aquí, intentando establecer la crisis como costumbre, los gritos como diálogo, los traspiés como experiencia. Estoy seguro de que en unos años todo esto será causa de reflexión, de recuerdo lejano, de risa desganada; pero ahora, ahora no.

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