Agarra
tu muchacho. Quítamelo de encima. Ahórrame la ladilla. Haz algo ahora, que
parece que estás a tiempo, para aplacar el pequeño monstruo que pulula por el
salón. Date cuenta y recuerda que no vinieron solos, sino que se trajeron al
ser diminuto que siembra el terror entre la audiencia. Mi pana, pasa por aquel
rincón donde el junior grita y grita entre mocos fingidos a ver si “alguien” le
atiende los caprichos de último minuto. Sí, claro, con el cuento de la
estimulación precoz, de la libertad creativa y tu derecho a conversar, nos
tienes bien jodidos. En el vagón, en la visita, el cumpleaños, ese germen de tu
descuido corroe la comodidad de los presentes y siembra su dictadura delante de
tu afectada complacencia, indiferencia… no sé qué será. Pero agárralo,
sujétalo, estrangúlalo, al menos por unos segunditos, mientras me despido
apuraíto y logro salir al fin de esta vaina.
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