Henos sentados aquí a discutir. En la
necesidad de negociar, en el interés por llegar a un acuerdo justo
para ambos, el calor de la conversa sube. De pronto, me fastidio de
tus pendejadas y saco mi pistola, dejándola en la mesa, cargada,
fácil de accionar. Tu cara cambia y retrocedes en silencio hasta tu
espaldar. El tono se aplaca. Desde ese momento en adelante, el tema
me es más placentero de tratar; es sencillo sugerir soluciones a las
que no te resistes... no mucho. Sí dices cosas, pero ya tu
vehemencia no es la misma; y si lo fuese, yo te recordaría, con una
mirada disimulada, la presencia de mi aliada metálica como invitada
especial, definitiva. Hay que ver que si no es por este tipo de
ayuda, las cosas no fluyen; el sentido común no aflora, carajo.
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