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miércoles, 11 de abril de 2012

Entre el beso y el rasguño


Hay una delgada franja en la que no se siente nada. Es una bendita equidistancia entre lo que daña y lo que protege. Hay una casi transparente película de envolver que te salva y te deja ver de lejos lo que divide, lo que trastorna. Se sienten los fogonazos de asteroides que pasan al ras, aunque sin lacerar. Se sienten las sedas de una caricia que amenaza con halarte y hacerte caer… aunque no se sabe de qué lado. Tierno receso de la implacable autopersecución. Infantil sensación de estar a salvo, entre telas y pieles familiares, que arrullan en su debido momento, casi a petición. Lástima que se acerca el momento en que el receso se torna en pasajera angustia que destroza las vísceras. Lamentable momento en el que manos invisibles, aunque inventadas por nosotros, nos sacan del tibio sitio y nos exponen de nuevo a los elementos, a la intemperie. Es entonces cuando hay que recordar, recordar más quiénes somos, por qué lo somos, y sacar a la luz las cicatrices ya curadas como escudo, como estandarte de lo que hoy queda… por cierto, suficiente.

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