Espero que te guste el contenido. Para sugerencias, objeciones, protestas o propuestas, escribe a "leonardo.rothe@gmail.com"
lunes, 27 de abril de 2020
Mira más allá
Deja
de ver por fuera. Para de juzgar de lejos. Detente en tu empeño por establecer
verdades mezquinas. Trata de ver lo que hay detrás de la carcasa a la que te
encanta golpear. Dale un chance a tu tranquilidad para usar esa parte de los
ojos que todavía tienes nublada. Ya no huyas a la primera: quédate un rato y
observa con detenimiento. Date cuenta de que la violencia podría ser miedo en
otros vestidos, de que la indiferencia a veces es atención enmascarada y que la
risa podría ser un disfraz de la tristeza. Podría ser que la pesada convicción
que te adorna esté a punto de derrumbarse. Si te atreves, podrías descubrir muy
pronto que estabas atrapado en la superficie y que al asomarte a lo profundo,
todo ese espacio inexplorado, esa paz hasta ahora desconocida, podrían ser tu
nueva manera de ver el mundo, de llevar las cosas… ¿Me acompañas?
sábado, 25 de abril de 2020
Y parió la abuela
Somos
muchos y parió la abuela. Somos tantos que nadie oye, nadie hace caso. Así
estaremos, regados por todos lados, que no se respetan territorios… si es que
eso existe. En medio de la multitud creciente nadie escucha y parece que no hay
nada que escuchar porque ninguno parece ser el mensaje esperado de salvación.
Somos tantos que hay que identificarse, distinguirse, alejarse, no vaya a ser
que el otro nos haga daño: “usted sabe cómo es la gente”. Somos tantos que nos
separamos irreversiblemente del concepto, la sensación y el amor a la vecindad.
Hoy hay que salir corriendo como se pueda, no importa si es aplastando a
cualquier transeúnte inocente. La masa en aumento caótico se aferra a promesas técnicas
muy esperanzadoras de tiempos cuando éramos seis mil quinientos millones menos,
de cuando existía la distancia necesaria entre nosotros, de cuando se podía
respirar sin molestias. Pero ya es tarde para tener esperanzas. Lo que queda en
este mundo de caníbales es distraernos hasta el momento de partir y dejarle
este peo a la gente que viene detrás, a esos cada vez más inocentes a quienes les
heredamos semejante estafa con etiqueta de futuro.
Me creía único
Yo
que me creía único, inigualable, laboriosamente labrado a mis experiencias, a
mis necesidades. Me creía una obra casi artística, parida en un momento único
del universo. De hecho, inventé una marca y fundé una empresa con mis
eslóganes, con mi pensamiento autoenaltecido como orientación inequívoca de
innovación, de éxito. Pero resulta que hace poco me enteré de que no soy nada
único, es más, pertenezco a un tipo de gente catalogada hace ya muchos años,
metido en cajitas y clasificado por colores y formas. Me entero, pues, de que
mi tan cacareada exclusividad existencial es solo producto de mi sectarismo, de
mi ceguera; un estereotipo que se repite aquí, allá, acullá, y me da vaina que gente
con mis mismas maneras esté regada por todo el mundo junto con un guacal de
tipos más. Así que aquí estoy, parado en esta esquina, tratando de levantar mi
autoestima y comenzar a caminar de nuevo, a kilómetros de eso tan grande que una
vez, tan equivocadamente, creí ser.
martes, 21 de abril de 2020
La bondad surgirá
La bondad
surgirá. Cuando el viento sople la hojarasca que la cubre, la bondad surgirá. Cuando
exhaustas ya, las emociones se aparten, la bondad mostrará su rostro. Cuando el
miedo se entere de que no hay por qué, la bondad se dejará ver. Cuando la
indiferencia se despierte, la bondad estará allí. Cuando los argumentos
intelectuales dejen a un lado la mezquindad, la bondad quedará al descubierto. Pero
será solo cuando la vanagloria desaparezca, que la verdadera bondad estará entre
nosotros.
Retrechería insalubre
De
alguna manera siempre se nos asomó cómo hacer las cosas “correctamente”. La
salud, las relaciones, las comidas: de algún modo teníamos las recetas
adecuadas para cada cosa. Pero no hicimos caso. En nuestro empeño por hacer nuestro
propio camino y no como esos viejos pelabolas que arruinaron sus vidas por
hacer lo que los demás les decían, por miedo al qué dirán, nos lanzamos por
cada barranco, por cada voladero que se nos antojó y aquí estamos, a pocos
metros de ser un viejo pelabolas más. Es normal cometer los errores propios en
lugar de los sugeridos por los demás y tal vez todo se deba en gran medida a
que nunca se nos explican las causas, las consecuencias potenciales con
criterio serio, sino con alguna retrechería sabionda que nos hierve la sangre y
nos hace correr de inmediato hacia el otro lado. El hecho es que somos como el
enfermo que no quiere tomarse la medicina y comprendiendo que la necesita,
regresa y se la toma; y eso nos da una cosquilla que huele a fracaso, tanto,
que tal vez nunca regresamos por la medicina y nos condenamos por orgullo. Es
un malabar delicado, ese de saber qué camino escoger. Lo que hay que estar
claros es en que las pelotitas que están en el aire son todas nuestras y que ya
pasó el tiempo de echarle la culpa a los demás, de morir como víctima sufrida
de las actuaciones ajenas.
lunes, 20 de abril de 2020
El experto en su burbuja
El
experto, ese que ya cuenta con cierta sabiduría dada por sus cortos años de
experiencia en las calles, al fin encontró cómo sacarle provecho económico a la
habilidad consagrada, al presunto don que le fuera otorgado. Ya compró una
casita más o menos cómoda, un carro del año y un mercado para dos meses. Ya es
independiente. Ya puede formular su propias teorías, sus propias tesis e irlas
desarrollando con la calma que le permite estar en casa, en shorts y pantuflas,
leyendo las novedades en las redes sociales y noticieros de TV. Se levantará
entre nueve y diez de la mañana con una idea nueva; se reunirá con amigos, les
planteará sus hallazgos y volverá a casa con apuntes para seguir tejiendo la
verdad que mostrará dentro de un tiempo prudencial, cuando esté redondita. Mientras,
irá ganando adeptos con sus temas de interés cotidiano o trascendental, a la
vez que come un helado en la esquina y comienza a mirar una nueva decoración
para su hogar o un modelo de carro acorde con lo que considera sus aportes a la
sociedad. Yo no lo sé bien, pero me dicen que este experto, con la llegada del
coronavirus y el confinamiento respectivo, empezó a perder la compostura que lo
caracterizaba, el postín que anunciaba su presencia y que comenzó a volverse
algo loco. Dicen que no aguantó el peso de su propia realidad y que comenzó a
romper y a quemar todo cuanto le dio alguna vez alguna credibilidad. Ya nadie
le consulta, ya nadie se le acerca, pero un amigo me dijo que es ahora cuando
en realidad está transitando a pico y pala su propio camino, desde su oscuridad
y su silencio, y le dará en algún momento el diploma de “el experto”.
La sucursal de la creación
El
cerebro, una sucursal de la creación puesta en el cráneo de cada uno. Una
maravilla de la vida. Un portento de máquina superior a cualquier otra
existente o por existir. Pero como todo aparato sofisticado, a falta de
mantenimiento incurre en comportamientos erráticos. Por excelencia, el cerebro
tiene el “cómo” para cada caso. Con algo de observación, este encontrará la
vuelta para salir de la circunstancia planteada. Es la herramienta para
solucionar problemas, para corregir entuertos, pero que hace tiempo se perdió
en sus “cómo” y se apartó del “qué”, del propósito fundamental, de eso que ya
no sabemos qué es y que pareciera hoy ser una inteligencia superior, casi
externa al mecanismo en cuestión. Los conocedores del cerebro dicen que hay un
compartimiento llamado “inconsciente”, en el cual se guarda lo que no procesamos
y que permanece escondido, pero molestando, durante el resto de nuestros días
si no se abordase. Al parecer, ese el compartimiento que nos convierte en
imbéciles y que contiene la razón de nuestros comportamientos enrevesados,
absurdos: el hogar del miedo, diría yo. Y me parece que el susodicho
compartimiento ha ido creciendo y apoderándose del resto de los ámbitos de la
conciencia hasta hacer de este mundo, en el que hay más de siete mil millones
de cerebros, un lugar repleto de hambre, guerra, asesinatos e indiferencia.
Para aquellos que temieron que las máquinas tomaran el control y destruyeran la
raza humana, les tengo malas noticias: su máquina perfecta, a la medida de cada
uno y fuera de control, ya lo está logrando.
domingo, 19 de abril de 2020
Aquí vengo cargadito
Aquí
voy con mis miedos, con mis certezas fabricadas, con mi carga familiar, con
todo mi arsenal llenito de etiquetas automanufacturadas a explicarle a los
demás cómo es que son las cosas. Me colocaré al lado del pizarrón y escribiré
mis fórmulas que chorrean emoción. Levantaré el mentón ante la audiencia y les
diré al menos tres de mis verdades –mías−, señalaré al que falló en la prueba y
le explicaré, con mis palabras, con mi experiencia, con mis argumentos –todos
míos−, cómo es que deberá enfrentar la adversidad. Afirmaré orgulloso que mi
aprendizaje ya ocurrió y lo que resta en adelante es cerrar los oídos y aleccionar
a los demás con mis puntos de vista, con mis consideraciones, con mis formas de
ver la vida –todos míos−. Así que prepárate, porque te esperan toneladas de mis
cosas para que, tú, que ya tienes tus propios convencimientos, te pongas las
pilas… ¡Felicitaciones!
¿Lo mejor es lo que pasa? No lo sé
¿Dios
lo quiso así? No lo sé. ¿Lo que pasa es lo mejor? No lo sé, pero lo que ocurrió
es lo que terminó ocurriendo, dadas circunstancias. Lo que ocurrió tiene
causas, aunque no estén claras para nuestro entender. En un mundo de juego
trancao entre las causas y sus efectos: para una mente lógica e informada, todo
es como debe ser. No podría ser de otra manera, ¿cierto? Si una conducta, un
hecho, una tendencia –la causa− continúa presentándose, lo lógico es que se
precipite la consecuencia –el efecto− en algún momento oportuno, exacto,
perfecto. ¿Que no nos guste? Eso es otra cosa, otro cuento de programaciones y
condicionamientos que fueron inoculados desde nuestro nacimiento. Venimos cargados
de un mundo mágico, ilusorio, regido por deseos, por expectativas, por “eso debería
ser como espero que sea”. La contradicción evidente después de un rato es que
mientras hay causas en marcha que producirán un efecto más adelante, nuestras
mentes andan pajareando, sumidas en su mundo de fantasía instruida, en “lo que
debe ser”, en lo que deseo, sin prestar atención en que la humedad que actúa
sobre la pared hará que esta finalmente caiga; que el peso que colocamos sobre
el estante que ya luce combado hará que finalmente caiga; que el abuso continuado
sobre alguien atormentado hará que finalmente explote y se produzca un daño más
evidente, más ruidoso, más mediático. Causas y efectos. No importa en lo que
creas, las causas y los efectos son los engranajes de cada cosa que pasa. ¿Que
te eso causó sorpresa? En ese caso tal vez no estabas enterado de cada aspecto
de la causa, pero eso no hace que el efecto se retrase o desaparezca. Tal vez
prefieras aplicar un poco de creencia sobre este esquema tan estricto. Tal vez
puedas, incluso, practicar la aceptación sobre esta manera mecánica de
funcionar del mundo… tal vez te dé mejor resultado y además, es lógico.
sábado, 18 de abril de 2020
Siempre todo estuvo allí
Todo
ha estado allí, presente, inmóvil, alcanzable, pero una niebla heredada de
siempre, de la multitud y cultivada cuidadosamente desde el miedo, entorpeció mirar
claramente lo que siempre me rodeó. Una contaminación del entorno que se diseñó
dizque para cuidarme, para sobrevivir, se convirtió en un estorbo para caminar
con sensatez en la vida. Tuvo tiempo para espesarse, para volverse
infranqueable, para impedir el paso de la vista y para convertirse, a la vez,
en la verdad y en el medio para llegar a esta. Mientras, y con mucho entusiasmo
adolescente, aprendí a andar con las manos enfrente para detectar los objetos,
los senderos, las rendijas y me volví el mejor en ello. Desarrollé técnicas,
las comenté con mis allegados y hasta creamos un negocio con una filosofía
basada en eso de andar con bastón, de oler el peligro, de escuchar e
identificar lo que se acercaba y actuar oportunamente… pero si ver. Resulta que
todo terminó siendo un fraude costosísimo. Finalmente, el dolor causado por
esta vida arraigada en la discapacidad de repente reventó y me dio una
panorámica opuesta, pero prometedora. Aunque ya pasó la mitad de lo que tengo
previsto vivir, la niebla comenzó a apartarse, a disiparse, y con estupor, con
sorpresa inocente comenzó a aparecer ante mis ojos lo que siempre estuvo allí, presente,
inmóvil, alcanzable, pero que la basura instaurada previamente no dejaba ver. Ahora
estoy en una encrucijada que no dudo en juzgar como ingrata, en la que el
engaño dictó la pauta, pero que ahora me ofrece la oportunidad de comenzar de
nuevo, con algunas canas y arrugas una existencia de claridad, de
transparencia, de equilibrio. Tendré siempre la posibilidad de volver a lo de
antes, a mi discapacidad rentable, a mis combustibles para el ego y el aplauso,
pero no creo poder abandonar este tipo de inteligencia, de sosiego tranquilo durante
el camino.
viernes, 17 de abril de 2020
Acuerdos implícitos
No se
firmó nada. No se conversó formalmente de ello. Nadie nunca dijo una palabra y
sin embargo las cosas siempre se hacen del mismo modo, se sufren del mismo
modo, quedan siempre así. Es un acuerdo con la fuerza de un documento notariado,
de un compromiso millonario. A veces, es un boleto al sufrimiento y a veces,
milagrosamente, no lo es. Nos hacemos los locos, escurrimos el bulto, corremos
la arruga. Flotando entre lo mecánico, lo caprichoso y el disimulo, nos colocamos
a veces del lado que se aprovecha y otras veces nos quedamos en el flanco
abusado. No se conversa. Por un miedo a que me maltrates o te alejes, lo
dejamos así una y otra vez. “Es que él es así”, “es que ella es así”, “es que
todos son así”. Entonces no se negocia, no se concede, no se acuerda nada: no
se retoma el rumbo saludable. Mientras, el peñonazo sigue rodando como siempre,
y en algún momento nos pegará en la frente y nos sacará un chichón a alguna de
las partes integrantes de este tan riesgoso, pero tan real contrato con tantos visos
de ilegalidad, de morbosidad, de sadismo.
jueves, 16 de abril de 2020
Amor de bolero pavoso
“Yo
nací para amarte más allá de la razón”, chilla Alejandro Fernández; “Si tú me
dices ven, lo dejo todo”, afirman Los Panchos; “Me hacen más falta tus cartas
que la misma vida mía”, deja colar Alfredo Sadel; “Cómo quisiera vivir sin
aire”, grita Maná. Y eso por decir pocos de los segmentos de canciones
románticas contemporáneas. El amor, según este tipo de canciones dicta la
entrega total al ser querido, lo cual implica el abandono completo del respeto,
la dignidad, la cotidianidad sabrosa, los proyectos propios, las inquietudes
individuales y hasta “del aire que respiro”. Según estas piezas que pudieran
ser clásicos de una época, la vida amorosa es una renuncia irreversible, un
barranco por el que se lanzan las riquezas personales para quedar harto vulnerables
y requetellenos de amor. Por supuesto, toda esta escena épica avanza envuelta
de la pasión sexual que completa el paisaje de plenitud que llevamos en la
imaginación. Al pasar los años —o la cuarentena— y después de haber probado
este estado de alucinación por un rato, uno ya cae en cuenta de la demencia que
se propone en cada unión sentimental que se rija por este guion tan pavoso…
pero tan sabroso.
viernes, 10 de abril de 2020
Estos viejos locos
Qué
viejos tan locos. Al primero lo escuché dándole las gracias “muy amablemente” a
la contestadora que da la hora por teléfono. Me le quedé mirando para ver si me
estaba echando vaina, pero no: le dio las gracias a una máquina. Creo que no
tiene salvación ya. A la segunda, la vi aplaudiendo al final de un concierto de
la filarmónica. Me asomé cuando escuché el ruido y de verdad se veía
emocionada, sonreía y estuvo ovacionando por poco menos de un minuto. La verdad
es que se le cayó un tornillo y se le perdió bien lejos. El otro tiene una maña
rara, pero en este caso es social: cuando lo llaman por teléfono y es una
llamada equivocada, busca conversa sin importar quién sea. He visto que la
entabla efectivamente, afablemente, y profundiza en el tema de las llamadas
equivocadas, sobre sus causas y saca sus anécdotas a pasear. Cuando tranca y le
pregunto quién era, me dice que no sabe. Este sí que perdió la material gris
para siempre. La verdad es que me choca ver este tipo de comportamientos raros,
fuera de lugar, muy locos y me pregunto por qué lo siguen haciendo, así de emocionados,
sonriendo, amables con los desconocidos… como si fuera algo bueno. En cambio
yo, tan serio por sobre todas las cosas, inteligente, analítico, intelectual,
prudente, ya no aguanto esta pose rígida, esta amargura pegajosa, esta
pertinencia inútil: esta soledad que me mata.
Creando la creencia
Cada
quien crea la creencia en la que le gustaría creer, en la que necesita creer. Cada
uno, en su soledad, en su intimidad, trama consciente o inconscientemente el
lente con el que mirará a lo que se enfrente en la vida. Algunos son originales
y tejen su propia manera de ver la existencia, tomando en cuenta sus
experiencias y su visión personalísima, y de verdad que de ahí puede salir
cualquier cosa. Otros toman creencias que ya existen y las ajustan
disimuladamente a sus patrones mentales. De ahí, pues, que hay un Dios que te
da permiso para caerte a palos, a juzgar esto o aquello, o bien, un universo
que está girando a tu derredor —y de más nadie— y te da el poder de declarar
bienestares o malestares sobre quienes le rodean. Otros, no menos creativos,
tomarán las enseñanzas de algún gurú de moda e instalarán dentro de sus cabezas
ciertas sentencias no digeridas aún con una torsión sumamente rara y
conveniente para el discurso, las cuales terminarán en un patuque con el que fastidiará
a quien se atreva a sentarse a su lado, eso sí, esperando que el otro crea en
lo mismo que él.
Discutir sobre gustos
Discutir
sobre gustos termina siendo una ridiculez secundada por el ego de al menos dos
necios. Se podría preguntar uno: “¿Cómo quieres que cuestione tu gusto, ese
viejo y afianzado condicionamiento mental labrado también por tus experiencias,
respecto de una cosa u otra que se te coloca enfrente?”. Imagino que lo que
queda es una conversa inconclusa y un juicio firme en contra del interlocutor,
ese que tiene “mal gusto” o un “gusto pretensioso”. ¿Entonces? ¿Nos enfrascamos
en esa?
martes, 7 de abril de 2020
Dios te provea tu burbuja
Dios
te provea de tu burbuja, esa que buscas desesperadamente. Que el cielo deje
caer sobre ti tu corral trancado por dentro. Que el poder infinito del universo
conspire para que obtengas ese sitial bien apartado de los demás, bien arriba,
con excelente vista, para que tu escasez de herramientas no atente contra tus
bienestares soñados. Ojalá algún poder, manquesea mediano o dudoso, intervenga
y te rodee de comodidades y no te deje salir de ellas al mundo exterior, al
mundo real, a eso que tanto le huyes, desprecias y malogras a tu paso. Ojalá se
te dé, mijo, porque si te veo en la calle, te parto la cara.
domingo, 5 de abril de 2020
Perdóname la ira
Perdóname
la ira. Disculpa la explosión inusitada. Trata de excusarme la conducta
desconsiderada… de nuevo. Es que no puedo evitarla. Te juro que estoy
trabajando contra ella, pero cuando la veo venir, cuando se supone que es
momento de evitarla, caigo inevitablemente en su ardor, en esa corriente
poderosa de rabia que me levanta y me hace embestir a quien tenga enfrente. Pasa
un rato, pasan los días y cuando estoy seguro de tener todas las cartas para
ganar la siguiente contienda, comienzo a sentir la succión otra vez y recaigo finalmente
en mi condición. A veces creo que soy dos: el que reflexiona, el que desea
compartir y pasarla bien; y el otro, el demonio que sabotea, el que no soporta
la disensión y quiere imponer a carajazos su punto de vista por miedo a morir. Quisiera
al final ser uno solo, uno consciente, uno que discierne: uno que ama.
viernes, 3 de abril de 2020
Felicidad barata
¿Qué
es eso de alegrarse fácilmente, sin gastar ni un centavo? ¿Qué vaina es esa de
sonreír casi con cualquier cosa, por muy insignificante o sin sentido que le
parezca al vecindario? ¿Cuál es la falta de respeto hacia quienes han construido
durante años sus buenos gustos, sus potentes argumentos, sus brillantes
hallazgos intelectuales? Uno no puede andar por ahí, pelando los dientes, faltándole
el respeto a quienes sufren, a los que consideran, a esos para quienes la
seriedad es algo primordial. Eso es estar totalmente fuera del orden de la
decencia, de la circunspección requerida y hasta del debido proceso es una
mentada de madre en la cara. Pero sí, licenciado, lamentablemente hay seres
así, que en su inferioridad y su locura disfrutan solo con mirar el cielo
naranja, el mar enfurecido, el cerro imponente sin sacar una pelusa de su
bolsillo. Experiencia terrible voltear en la acera y ver a un pobre transeúnte
como mirando lejos con esos ojos brillantes, como imaginando, como como
recordando detalles de un romance oculto que ya no es, por ejemplo, morder su
empanada y tomar su malta. Es realmente una lástima que tanto garbo deba
encontrarse en la calle con uno de estos desarrapados que parecen siempre fuera
de contexto, de norma, de tránsito. Deberían desaparecerlos a todos y luego pedir
perdón a la civilización por tan desatinado desmadre.
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