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lunes, 20 de abril de 2020

El experto en su burbuja

El experto, ese que ya cuenta con cierta sabiduría dada por sus cortos años de experiencia en las calles, al fin encontró cómo sacarle provecho económico a la habilidad consagrada, al presunto don que le fuera otorgado. Ya compró una casita más o menos cómoda, un carro del año y un mercado para dos meses. Ya es independiente. Ya puede formular su propias teorías, sus propias tesis e irlas desarrollando con la calma que le permite estar en casa, en shorts y pantuflas, leyendo las novedades en las redes sociales y noticieros de TV. Se levantará entre nueve y diez de la mañana con una idea nueva; se reunirá con amigos, les planteará sus hallazgos y volverá a casa con apuntes para seguir tejiendo la verdad que mostrará dentro de un tiempo prudencial, cuando esté redondita. Mientras, irá ganando adeptos con sus temas de interés cotidiano o trascendental, a la vez que come un helado en la esquina y comienza a mirar una nueva decoración para su hogar o un modelo de carro acorde con lo que considera sus aportes a la sociedad. Yo no lo sé bien, pero me dicen que este experto, con la llegada del coronavirus y el confinamiento respectivo, empezó a perder la compostura que lo caracterizaba, el postín que anunciaba su presencia y que comenzó a volverse algo loco. Dicen que no aguantó el peso de su propia realidad y que comenzó a romper y a quemar todo cuanto le dio alguna vez alguna credibilidad. Ya nadie le consulta, ya nadie se le acerca, pero un amigo me dijo que es ahora cuando en realidad está transitando a pico y pala su propio camino, desde su oscuridad y su silencio, y le dará en algún momento el diploma de “el experto”.

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