¿Dios
lo quiso así? No lo sé. ¿Lo que pasa es lo mejor? No lo sé, pero lo que ocurrió
es lo que terminó ocurriendo, dadas circunstancias. Lo que ocurrió tiene
causas, aunque no estén claras para nuestro entender. En un mundo de juego
trancao entre las causas y sus efectos: para una mente lógica e informada, todo
es como debe ser. No podría ser de otra manera, ¿cierto? Si una conducta, un
hecho, una tendencia –la causa− continúa presentándose, lo lógico es que se
precipite la consecuencia –el efecto− en algún momento oportuno, exacto,
perfecto. ¿Que no nos guste? Eso es otra cosa, otro cuento de programaciones y
condicionamientos que fueron inoculados desde nuestro nacimiento. Venimos cargados
de un mundo mágico, ilusorio, regido por deseos, por expectativas, por “eso debería
ser como espero que sea”. La contradicción evidente después de un rato es que
mientras hay causas en marcha que producirán un efecto más adelante, nuestras
mentes andan pajareando, sumidas en su mundo de fantasía instruida, en “lo que
debe ser”, en lo que deseo, sin prestar atención en que la humedad que actúa
sobre la pared hará que esta finalmente caiga; que el peso que colocamos sobre
el estante que ya luce combado hará que finalmente caiga; que el abuso continuado
sobre alguien atormentado hará que finalmente explote y se produzca un daño más
evidente, más ruidoso, más mediático. Causas y efectos. No importa en lo que
creas, las causas y los efectos son los engranajes de cada cosa que pasa. ¿Que
te eso causó sorpresa? En ese caso tal vez no estabas enterado de cada aspecto
de la causa, pero eso no hace que el efecto se retrase o desaparezca. Tal vez
prefieras aplicar un poco de creencia sobre este esquema tan estricto. Tal vez
puedas, incluso, practicar la aceptación sobre esta manera mecánica de
funcionar del mundo… tal vez te dé mejor resultado y además, es lógico.
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