Ante el llamado de ayuda, prefiero, digamos, trabajar. Ante el planteamiento afectivo a resolver, prefiero seguir poniendo ladrillo sobre ladrillo en otro sitio. Ante la demanda de herramientas un poco sofisticadas, prefiero lo seguro, lo rutinario, lo mío. Prefiero hacer algo que sepa hacer y sobre lo que tenga control fácil —aunque agote—, que meterme en vainas que seguro otros pueden hacer mejor. Pasará el tiempo y me iré alejando de lo que se necesitaba de mí, pero ante el espanto de abrir mi pecho, correré, siempre despavorido, a continuar mis manualidades de siempre, total (y con risita infeliz): "eso lo hago por ti".
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