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viernes, 8 de octubre de 2021

¿Por qué a mí?

Siento siempre esa cosquilla que me llevó a hacer alguna travesura y pensar que mi mamá no se enteraría, que no me castigaría, ¿verdad? Es la misma picazón paralizante de no llevar la tarea a la escuela porque total, por una tarea no me iban a raspar, ¿verdad? No cesa la cosquilla pasados los años y se presenta al momento de estar con mi novia sin protección, total, justamente en este momento tan especial no tiene por qué salir preñada, ¿verdad? Presente siempre, como parálisis mental, como huida hacia adelante, cuando le monto cachos a mi mujer, total, ella me maltrata y eso me otorga licencia para sinvergüencear y además, ¿quién se lo va a decir, verdad? Y así siguen pasando los años y ahora dicen hay un virus letal que supuestamente afecta la vida de la gente en todo el mundo —cosa que me parece un invento—, y como las cacareadas medidas de seguridad contra el bendito virus son un fastidio: dan calor, uno no se escucha, en fin... Y en medio de esa negación enfermiza y de la invocación tardía a santos que no me paran bolas —parece que es verdad la vaina—, la cosquilla de siempre, mi salto tan arraigado al precipicio, me dice insidiosa e incesantemente que no parezca ridículo ante los demás, que no me muestre paranoico por un virus, que no me sume a esos pendejos militantes del cuidado y, en mi conseja de siempre, decido que no tiene por qué pegárseme justamente a mí, ¿verdad? Ahora, aquí, bien jodido como antes, como siempre, aunque ahora con una contundencia irreversible, valoro y lamento la tremenda equivocación que he cometido al saltar por sobre todas las soluciones y terminar, como todo buen testarudo, entre el miedo y lo guapo, padeciendo de mi castigo de turno… Qué vaina.

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