Mi vida comienza con mi respiración, con el latir de mi corazón. Sigue con abrir mis ojos, con lo que siento, con la luz del Sol y con saber que amanecí, que estoy en casa, donde puedo estar todo el tiempo que quiera. Poco a poco la vida se va extendiendo, hacía mis cosas, mi ambiente de confianza; hacia mi gente querida, a quienes y de quienes necesitamos intercambiar un "estoy bien". Me siento bien mirando alrededor; me siento pleno. Pero es entonces, ya supuestamente despierto, mis pensamientos se van más allá de mis humildades, conformidades y una voz imaginaria comienza a inquietarme con apuros, con pendientes, con éxitos por alcanzar. Lo bueno es que esta última parte, la imaginaria, no es parte de mi vida porque no existe; es una proyección hacia un futuro que lejos de reconfortarme, me complica. Temo que, al final de mi vida, las cosas sencillas mencionadas al comienzo, mi vida verdadera, esa que se toca, esa que da una mirada y un abrazo, haya desaparecido a causa de esta loca carrera por alcanzar logros ajenos, harto lejos de lo que verdaderamente soy.
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