Si advertirlo tanto, voy quedando solo. Después de un tiempo en estas consideraciones, siento que me alejo de lo que antes era lo principal. Voy como en cámara lenta, soltando las amarras, el ancla y solo me quedo con las velas de la embarcación. Mis apegos se van soltando de mis manos y se van convirtiendo en una referencia de bienestar cada vez más efímera, más temporal, aunque igual de encantadora y visitable: disfrutable sería la palabra. El hecho es que la soledad, aunque recibida con los ojos cerrados esperando el carajazo, no golpea si se le abre la puerta. Aceptar la soledad es como sentir que te curas mientras dejas atrás mucho de lo que antes necesitabas y que ahora espanta no necesitar más. Un huraño, un ermitaño, un sacaculo, pues. Pero no puedo hacer nada porque se va dando solo, como la aparente consecuencia natural de todo lo vivido. No sé si es madurez, no sé si es crecimiento; lo cierto es que en lugar de muerte, después de un rato, se va pareciendo más bien a un renacer.
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