El límite no será nunca la rayita dura e
inamovible que pretenden los moralistas imponer al resto de los individuos,
nunca sin algún atisbo de hipocresía en el intento. El límite, si lo hubiera,
es el área gris que finalmente se tiñó al pasar de un lado al otro, de los llamados
bien y mal, y que a uno no le dio la gana de traspasar nuevamente por cualquier
razón personal. El límite de los moralistas solo tiene la tinta del miedo, de
la amenaza, de la sanción de parte de esta, nuestra tan noble sociedad, y tiene
la intención de meterte en la cabeza un misterio ajeno que te paralice y del
que no conoces nada porque eres bueno, porque eres obediente. Pero la madre de
la maldad es el miedo, y alguien repleto del miedo que los moralistas le
troquelaron en el alma muy seguramente será el brazo ejecutor de las peores maldades
conocidas, así el desgraciado piense que actúa de buena fe, jurando que va para
el cielo al final de su destartalada existencia.
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