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viernes, 7 de diciembre de 2018
Llegó la noche
Llegó
la noche. Llegó la oscuridad total. Llegó el silencio. Traté de evitarlo con
distracciones, con ruido, con embriaguez, pero no pude. Hice lo posible por
permanecer montado en la receta televisiva de la felicidad, en la hipnosis de
los medios, en la seducción de lo externo. Después de revisar mensajes,
comentarios, me gustas y apagar la luz de la casa, aquí estoy finalmente. Como un
fantasma inquisidor y hasta burlón, aparezco yo mismo a reclamar espacio como
quien espera con ansiedad a otro en casa. Después de esquivarme la mirada
incesantemente para no verme ni escucharme lo que debo decir, abandono la lucha y
en una confusión entre resignación y fastidio. Fue un rato largo… “amargo”,
quise decir. No sabía que había tanto qué decir, qué escuchar. Después de un rato, el sermón
comenzó a resquebrajar la coraza que me pongo todos los días al salir hasta dejarme agotado, con los brazos y los párpados
pesados. La compasión y la bondad se abrieron camino entre la pela para hacerme
saber, muy vehementemente, que todavía vale la pena eso de vivir, de esperar; que todo
cuadra a pesar de nuestros complejos y que nuestra miopía puede tan efímera
como convincente. Ya veré cómo es que me despierto mañana: si esto fue algo más
que una pesadilla con final feliz.
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