Cuando quieras
salvarme, avísame primero. Cuando te entre ese ímpetu poderoso de ser útil y
salvarme, te ruego que me expliques, con detalles, cómo es que piensas hacerlo.
Antes de exigírtelo, te pido encarecidamente que revises el entorno, los alrededores,
todos los elementos que están a tu favor y en contra para llevar a cabo esa
tarea tan loable que es salvarme. Por supuesto, debo pedirte también que revises
tus aspiraciones personales, los dictámenes de tu ego, los sueños que de
chiquito abarrotaban tu cabeza y que ahora deseas honrar solemnemente. Si notas
que te pido mucho, te pediré además que me disculpes, porque es que en estos
últimos años, mis años, los años de mi tierra, han aparecido varios con ese
mismo discurso de salvación y la verdad, nos ha ido mal. Pero solo puedo hablar
por mí. Siento que debo respetar que mucha gente se identifique con las ideas
que expresas en la tarima, en el canal de televisión, por los pasillos. Entiendo
que cada quien procesa su experiencia a su modo, a su paso e incluso, a su
conveniencia. No me mire así. No te pongas así. Solo trato de transmitirte mi
precaución con el mayor respeto posible, tú sabes… así no quedo como otro
detractor de esos que te grita cosas en la calle. Solo trato de precisarte,
porque quiero saber si es que en tu camino de logros visualizas ahorita o serás
capaz luego de sacrificarme a mí y a la tranquilidad de mis seres queridos en
pos de lograr, como sea, tus objetivos, ¿recuerdas?, esos que vienes
acariciando desde niño y que es ahora o nunca para eso de “ser alguien
importante”, “hacer historia” o simplemente para que no te olviden por un buen
rato a costa de perder tus propios afectos, a costa de que las familias ajenas
se despedacen o a costa de cualquier cosa valiosa para mí que esté fuera de tu
alcance o tu interés. La verdad, de pana, y ahora sí te exijo que me expliques cómo es que me vas a salvar, porque tal
vez, estimado y diligente amigo, no quiera yo que me salves.
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