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domingo, 28 de octubre de 2018

El viejito loco


El viejito loco se la pasaba en la plaza, mirando los árboles, sintiendo el sol de la mañana, dándole pan a las palomas. Yo no sé qué le pasaba, si todo eso es tan aburrido: no tiene sentido. Seguro se levantaba en la madrugada a dar vueltas, a limpiar cosas, a dejarlas exactamente en la posición en que las tomó. Parecía loco. Veía, cuando me asomaba por su ventana, que comía pausadamente, mirando su plato, como agradeciendo algo al utensilio. Qué loco eso, ¿no? A veces lo veía como con la mirada fija en la montaña, luego se sonreía, luego despedía una lágrima. Ese sí que estaba muy loco. Cuando salía a sus diligencias los zapatos no combinaban con su ropa, sin mencionar esa gorra horrible que siempre cargaba. Alguien normal como yo no podría tener la menor idea de cómo podría sentirse cómodo con todo ese envoltorio desagradable a la vista, quién sabe si un poco maloliente. Pobre loco.
Hace pocos días me dijo un vecino que el viejito loco había muerto. El vecino me dijo que había acompañado al viejo en sus últimos momentos. Me dijo que antes de cerrar los ojos le dio las gracias por acompañarlo y se despidió con una sonrisa en sus labios rosados. “Murió en paz”, dijo el vecino. Da como cosa esa historia, ¡uy! Reflexionando supe que yo no viviré una vida desquiciada como esa, para “aparentemente” morir en paz. Yo soy normal. Yo soy de los que necesita distraerse con emociones fuertes, con experiencias que me sacudan, para en la noche dormir feliz, dormir cansado. Lo que no puedo ocultar, como cualquier persona normal, es que la muerte me da mucho miedo… pero vamos, eso no tiene qué ver con la vida.

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