Y no me distraje más. El
entretenimiento constante y enfermizo que me vestía, dio paso al
silencio. Y el silencio dejó escuchar las voces que tenía acalladas
por el brillo y bullicio exterior. Y las voces trajeron sus
preguntas, reproches y cuentas pendientes por tanto desperdicio de
tiempo, de esfuerzo. Se asomaron de nuevo las ilusiones resecas de la
niñez, de cuando me atrevía a tener sueños auténticos, sueños de
verdad. Comencé a deshacerme de los trastes perfumados que guardaba
con tanto apego, y después de observar cada palabra, cada recuerdo,
los iba desechando sin parar mientras comprendía eran sólo
basura... pesada basura. Todavía no sé si estoy a tiempo de
recomenzar por buen camino, por el camino querido, por el camino
oportuno. Lo que sí sé es que el resto de mis años podré estar
más tranquilo, más satisfecho con cada paso, más parecido a mí de
lo que fui durante tanto tiempo tirado al precipicio.
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