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martes, 30 de octubre de 2012

¿Castillos de qué....?

¿Castillos de naipes, es la cosa? Ingeniosas construcciones, eso sí. ¿Castillos de arena, es el asunto? Pesadas estructuras de postín, eso sí. Parece que uno siempre va en pos del “castillo”. Tal vez sea por eso de que el hogar del hombre es su castillo, cosa  que es cierta… eso sí. Aquí, vale, imaginando tal fortaleza, tal ocurrencia medieval de vida protegida para algunos a quienes nos encantaría emular… -“imitar” no importaría-. Seguro que esos fortines amurallados no fueron construidos comenzando desde las torres, o desde el patio central o desde la legendaria puerta levadiza. Seguro que fue iniciada desde mucho más abajo, para que resistiera de verdad cualquier aventurilla romántica de desbancar a los soberanos o nobles del momento. Lo que pasa es que a uno le gusta la atalaya, la muralla o algún montón de piedra que sobresalga elegante del tótem para tomarle unas fotitos. Pero resulta que esa visión turística de nuestra soñada carcasa, es lo que nos mantiene de paseo por sobre la tierra a cultivar. Esa conjetura del poder no conquistado siquiera, de bases que no existieron por falta de previsión, por ingenuidad inducida o firmemente adquirida, es la que nos tiene revolcándonos en este polvero que no se disipa, en este barrial que no se seca ni se cae de la piel. Y aquí, con los párpados entorpecidos por tanta tierra del camino, con las manos ya entumecidas, prometo, solemnemente, que la próxima vez que escuche “castillo”, trataré de pensar en algo distinto, menos nocivo para la salud.

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