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jueves, 25 de octubre de 2012

El loco se sumergía


El loco vivía en medio del zigzagueo, de la oscilación entre una cosa y otra. El loco se reconocía entre dos situaciones: la que le daba gozo y la que le ahogaba. Por eso, y sin posibilidades de gozar siempre, aprendió a tomar grandes bocanadas de aire fresco para luego sumergirse, caminar y observar con la cierta y limitada calma, lo que se escondía bajo la superficie, que ni malo era, pero que se debía a su presidio temporal, alternativo. De vez en cuando botaba el aire ya gastado y con un esfuerzo supremo, renovaba el contenido de sus pulmones, sus más valiosos aliados en estas crisis. Pero loco es loco, y se detuvo a escuchar a un bienintencionado en la orilla. Este transeúnte le dio al desquiciado unas sandalias de plataforma que lo ayudaría a permanecer por encima del agua, ayudándolo a evitar esos graves períodos de sumersión en los que vivía. Sí le advirtió, claro, que no eran muy altas, pero que eran mejor que nada. El loco, muy contento y aliviado por la  noticia, se calzó y bajó de nuevo al fondo, comprobando, con cierto temor, que ahora le llegaba el agua al cuello: ya podía respirar por siempre. Después de un rato, después de varios días y meses, el loco, sin dejar ya de respirar, sin necesidad de bocanadas, había perdido la capacidad de ver más allá de la superficie. Nunca ganó la posibilidad de volar alto y apreciar la belleza del mar; sólo había logrado sacar la cabeza, vivir todo a ras, convertirse en el nuevo esclavo de la conformidad.

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