Eres una mujer todo
terreno, por eso es que no me gustas tanto. Saltas, corres, observas,
concluyes, decides después de examinar, y eso no lo tenía previsto. Yo quería
protegerte, abrirte la puerta, halarte la silla, darte mi chaqueta, pero te
abres paso asombrosamente; abres tus propias puertas y no las que yo preveo, y
por si fuese poco, me halas algunas sillas al llegar a la mesa. Es inaceptable.
El encanto de tus ojos, la lozanía de tu piel y la picardía de tus frases en
revesadas no dan espacio a mis piropos, y la naturaleza de mis regalos aparenta
ser una gigantesca estupidez ante un portento de mujer como tú. Son oasis de
caricias, de pasión, de femineidad electrizante, innovadora, los que puedo
obtener de ti. Creo que mejor lo dejamos así. Eres demasiado para lo que tenía
en el arsenal romántico. Creo que mejor me quedo tranquilito con mis flores, mi
capa y mi caballo blanco, para luego tocar la puerta de otro balcón más seguro.
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