Evitaré
enfrentarme con mis penas tratando las penas ajenas. Seré un infeliz hablando a
otros infelices de felicidad. Seré el dulce hipócrita que derrama sus fórmulas,
sus recetas sobre los incautos del auditorio. Perpetraré la evasión perfecta,
en la que los que pueden mirar están más enredados que yo. Será la cortina de
humo más monumental que hayan observado. Iré y vendré entre los heridos
vistiendo la máscara del guía perfecto, compasivo, condescendiente que levanta
el dedo y señala el horizonte ajeno, mientras el propio se incendia y se
derrumba. Afortunadamente para mí, alguno de mis pupilos hará su tarea; habrá
salido de las tinieblas de manos de éste, su enrevesado servidor, y se sentará
enfrente de mí y hará las observaciones pertinentes: me quitará la máscara. Y en medio del secreto, será él o ella, quien soporte las lágrimas y los sollozos que darán comienzo a
mi cura verdadera, esta vez, sin disfraz.
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